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Crónica del Concierto de Dominique A en el Café Hispano. Jueves 14 Enero 2010.

Texto y foto de Ana Manzana.

 

Sucede con la mayoría de cantautores franceses pseudo-conocidos en nuestro país que, además de vincularlos por defecto, nunca mejor dicho, al género de la “chanson française” (no importa que se matice con el adjetivo “nouvelle”), se intenta explicar su música a través de las relaciones que los vinculan inexorablemente a sus respectivas amantes artistas, sobre todo si comparten gremio (como si fuera algo relevante, excesivamente relevante en verdad). Así pues, si a usted le han nombrado en alguna ocasión a Dominque A, es posible que se haya aludido a continuación a Françoiz Breut, con la que mantuvo una suerte de idilio hace unos años. Pero lo cierto es que sólo hubo un Serge Gainsbourg y una Jane Birkin y, además, desde finales de los años sesenta (cuando, por otra parte, la expresión comenzó a resultar degradada y manida) ya está todo muy avanzado. 

Otro error en el que incurre el mal informado melómano patrio consiste en juzgar la valía de determinado cantautor francés, Dominique A en nuestro caso, por equívoca comparación “con” y equívoca oposición a cualquier otro, estableciendo de este modo una muy prescindible disyuntiva. Por ejemplo, “Dominique A o Benjamín Biolay”, pues nada tienen que ver el uno con el otro, el que canta con el de la decadente voz susurrada, el de la actitud firme con el del aire lánguido. Y así hasta el hastío, estamos en lo de siempre, ¿por qué posicionarnos, por qué quedarnos sólo con uno? 

Dominique A se halla presentando su disco “La musique” (2009, distribuido aquí por el sello Green Ufos y acompañado por el cd extra “La matière”, finalmente editado en formato físico) en diferentes ciudades de España tales como Madrid, Bilbao, La Coruña, Sevilla, Cádiz, Granada, Murcia, Barcelona y Zaragoza. Fue el miércoles pasado, 13 de enero, cuando regresó a Z (ya había ofrecido un concierto acústico en La Casa del Loco hace dos o tres años) para subirse al escenario del Café Hispano, acompañado en esta ocasión por su banda, algo que suscitó opiniones opuestas entre el público. Cabe citar a Bigboy, multiinstrumentista y polifacético miembro de El Factor Humano, que se encargó de inaugurar la noche como telonero. 

Me gustaría, más que redactar una crónica ajustada al concierto, que estas breves próximas líneas sirvieran para exponer una visión más panorámica, ojalá menos limitada de lo que se acostumbra, de la figura de Dominique A: de nombre completo Dominique Ané, nació en Provins, Île de France, casualmente a finales de los años sesenta. Emprendió su carrera musical en los 90, imprimiendo a sus canciones un estilo muy minimalista al que, según él mismo se ha encargado de declarar, ha querido regresar con su último trabajo. Fue en 1993 cuando, independientemente de la discográfica Lithium, comenzó a producir sus propias canciones y a colaborar con Christophe Miossec, Françoiz Breut, Jane Birkin (sí), Jeanne Bailbar, Keren Ann, Yann Tiersen (descúbranlo más allá de las bandas sonoras) o Vincent Delerm, altamente recomendable y sugestivo éste último. 

Desde sus inicios hasta ahora, el material contenido dentro de media docena de discos avalan a Dominique A como uno de los más brillantes compositores del país vecino. Discos a través de los cuales ha sufrido una curiosa evolución retrospectiva, de vuelta a los orígenes y de búsqueda y “recuperación” de la plena libertad de creación, aunque mucho más lúcido, en sus propias palabras, “menos nublado” que hace diez años.  Supongo que no resulta casual entonces el nombre de “La musique”, como tampoco el de “La matière”, aunque cabría preguntarse si es en simultaneidad, la música, materia prima y producto final. En sí misma.

Según Dominique A, sus últimas canciones han sido concebidas de manera muy inmediata, urgente, desde su casa, sin ordenador, grabando con máquinas y evitando la acústica en pro de la guitarra eléctrica, pero teniendo en todo momento muy claro que la mezcla debería correr a cargo de su viejo amigo Dominique Brusso. Obsesionado, por otra parte, con la idea de la autenticidad, de no “mentir” con la producción y los efectos, de la concepción “lo-fi”. “Ahora, realmente me gusta usar la tecnología si aporta belleza a una canción”. 

El setlist incluyó prácticamente la totalidad de “La musique”, incluida la canción homónima, también “Nanortalik”, “Qui-est Tu?”, la deliciosa y celebrada “Hasta (Que El Cuerpo Aguante)”, “Je Suis Parti Avec Toi”, “Le Bruit Blanc de L’été”, “La Fin D’un Monde”, sin olvidar algunos de éxitos de sus anteriores trabajos, “Pour La Peau” o “En Secret”, con arreglos mucho más eléctricos. El público abarrotaba la sala (¿caben en el Café Hispano doscientas personas?) y, aunque resulta obvio que quien paga por asistir a un concierto en una fría y lluviosa noche de miércoles lo hace porque el artista en cuestión debe de suscitarle algún tipo de interés, lamenté la falta de silencio en algunos momentos, sobre todo en los sectores más alejados del escenario. Además, cabe destacar la notable y reconocible presencia de estudiantes Erasmus (franceses, claro). Ellos, que asimismo llamaban la atención por ser más jóvenes que el resto de asistentes, fueron lógicamente quienes más cantaron y más efusivos se mostraron con respecto a Dominique A. 

El repertorio sonó mucho más eléctrico e incluso electrónico que en los respectivos discos, como cabía esperar. Las opiniones al respecto suscitadas entre el público, tal y como me he referido al inicio de la crónica, fueron heterogéneas, opuestas. Los comentarios más reiterados lamentaban que Dominque A hubiera olvidado éxitos como “Antonia” aquella noche y, cómo no, hacían referencia a lo doblemente gratificante que es o habría sido conocer, saber traducir las letras de las canciones. Sin embargo, no olvidemos (por mucho que las letras, máxime cuando pertenecen a un compositor como el que nos ocupa, formen ensalzada y exquisita parte de la canción) que al fin y al cabo nos estamos refiriendo a la música, como ente, que se sabe idioma universal. “La musique” y ya está. Quien quiso bailar al ritmo de la misma lo hizo y, además, muy enérgicamente. 

Siempre he tenido noticia de un Dominique A elegante y sobrio, sin embargo, no por ello dejó de maravillarme la facilidad con la que expresa emociones y sentimientos, más allá de lo comedido y contenido que en él intuía. Prácticamente nulo movimiento sobre el escenario, sí mucha comunicación con el cuello y con las manos. Con el cuello, mediante gestos firmes, secos, al ritmo que iban marcando las percusiones, marcando los tiempos fuertes de los compases y finalizando las canciones con esos característicos cortes bruscos. Con las manos, gesticulando con ellas deliberada y obstinadamente, cuando las liberaba por unos instantes de su guitarra y jugaba a emular algo así como el vuelo de los pájaros, acaso los protagonistas de “Le Courage des Oiseaux”. 

Hubo al final del concierto aplausos, bises, más aplausos y más bises. Y, cuando Dominique A abandonó el escenario, dedicó unos instantes a quienes más raudos se le acercaron: por muy poco tiempo firmó discos y medio sonrió a los objetivos de algunas cámaras de fotos con un ambiguo trato afable a la par que incómodo (como si se tratara de un indefenso pájaro al que se le abren las puertas de su jaula y se estremece de puro temor a lo desconocido y externo). En cualquier caso, cansado. Y lo hizo desde una de las esquinas del Café para, a continuación, sin que nadie lo advirtiera, volarse azul como la noche.

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