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La despedida de Alberto Zapater no fue un acto normal. Tuvo algo de ceremonia iniciática, de rito ancestral o de funeral mágico. Todos los que lo vimos supimos que, de algún modo, ahí estaba pasando algo diferente. El zaragocismo exorcizó sus fantasmas, se miró a sí mismo y se sintió bien. Cuando Zapater enseñó a su hijo la zona en la que se sentarían para ver los partidos en el futuro, mostró a toda la afición que ser aficionado de un equipo es más importante que ser jugador. El trabajo es menos trascendente que la propia identidad. Hemos visto mil veces la importancia de la conexión de la afición con un equipo. Es difícil de explicar, pero es real. El pasado mundial fue un ejemplo. La afición argentina se empeñó en ganar. Además, tenían a Messi y buenos argumentos futbolísticos, pero podrían haber perdido varias veces. Hay una vibración interesante e insólita en el arranque de temporada de este Zaragoza. Zapater, casi sin quererlo, señaló un grito de guerra -¡moverse, maños, moverse!- algo que también tuvieron los argentinos y en el que también participan con emoción los propios jugadores. Es un estado de ánimo. En el fútbol, la razón es menos poderosa que el corazón –esta hinchada está loca-, los jugadores parecen competentes y parece que entienden por fin lo que significa ser zaragocista. La vibración con la afición está creciendo, ha habido buenos resultados pero, no nos engañemos, hemos visto momentos parecidos a este que han terminado mal. Si se logra mantener la frecuencia y la intensidad de esta vibración, se podría pensar en el objetivo. Moverse.

7 comentarios en «Vibración»

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