No te despelotes y dame un kilo de arroz

 

Se acerca el final de año. Es el momento de los calendarios solidarios. Todos los años lo mismo. Yo también empiezo a repetirme, pero no puedo dejar de hacerlo. No voy a poner links, ni voy a citar ejemplos. Estaría siendo como ellos. Ese es el problema, ser como ellos. Utilizar su mensaje escandaloso para reforzar el tuyo. La gente hace calendarios para conseguir cosas, pero también los hacen por vanidad y por aburrimiento.

Hay que volver a plantearse la finalidad de las cosas y tratar de ser honesto con ello. No entiendo, por ejemplo, qué relación tiene dejarse bigote con luchar contra el cáncer de no sé qué. Quizá sea una acción llamativa, pero no tiene más sentido. Si queremos ayudar a la gente que no tiene dinero o recolectar dinero para alguna buena causa, no es necesario que nos despelotemos y hagamos un calendario. Hay otras formas de ayudar menos llamativas, más útiles y que fomentan menos la vanidad y el morbo.

Además, en muchos casos, pasa el tiempo y después de haber hecho la gracia con el calendario en cuestión, nunca nos enteramos de si el dinero ha llegado a su destino. Seamos serios y respetuosos. Controlemos el enorme torrente de vanidad que arrastramos. Repitamos el slogan: «no te despelotes y dame un kilo de arroz».

Artistas aragoneses

Los artistas aragoneses no existen. No se engañen. Existen los artistas universales. Y ahora voy a decir la gran verdad que aún no hemos superado: la mayoría de los artistas aragoneses lo son porque se fueron de Aragón. Después, vuelven de vez en cuando y reciben palmaditas de los políticos de aquí que pretenden apuntarse el tanto. Para la mentalidad aragonesa, Madrid, la capital de España, está, más o menos, a la misma distancia que Nueva York. Irse a Madrid es hacer las américas en este Aragón provinciano y acomplejado. Muchos artistas se van a la capital a trabajar de camareros y a buscarse la vida en los ratos libres. No puede ser. Estamos a una hora de AVE, aunque cueste un ojo de la cara. O, como mucho, a tres y media si se va en autobús. Además, es más barato y hay parada en el inigualable paisaje zombi de Esteras de Medinaceli. Madrid es un lugar, pero también es un estado mental. Hasta que no traigamos esa mentalidad a Aragón, seguiremos siendo los tonticos del pueblo que se avergüenzan de su acento cuando se juntan con gente de fuera y que organizan festivales de nuevo rico cuando el presupuesto viene cargado. He hablado de artistas, pero, por desgracia, esta tesis es aplicable a muchos otros sectores profesionales. Los políticos, por ejemplo, también van a sacarse el título a Madrid y regresan después a poner orden enviados por sus partidos. Quizá el territorio no sea tan importante. Quizá lo importante sean las personas que lo habitan. Aragón existe si existen los aragoneses. Teruel, lo mismo. Muchas personas, cuando piensan en lo que les dio Aragón en su carrera profesional, solo encuentran esta respuesta: rabia y ganas de irse fuera para demostrar que el talento triunfa y que la mediocridad no es hereditaria, ni necesariamente contagiosa.

 

Cuando a sus Señorías les parezca bien

Cuando a sus Señorías les parezca bien, pueden ir constituyendo el Gobierno que hace ya unas semanas decidimos los ciudadanos en las urnas. Cuando tengan un minuto, los salientes pueden ir dejando de ejercer su poder caduco y pueden, si son tan amables, dejar de aprobar pliegos de contratación a última hora que el Gobierno entrante deberá revocar o comerse con patatas.  Si no es molestia, podrían pensar en el doble gasto de trabajo y dinero que esta actitud supone. Si a sus Señorías les parece bien, no estaría de más que se dieran un poco de prisa en empezar a trabajar porque de ustedes depende el empleo de miles de personas que ahora están paradas, agazapadas en la mata, asustadas o afilando el cuchillo y diciendo por lo bajo el famoso “¿qué hay de lo mío?”. Miren las cifras y verán la triste realidad: mucha gente depende en Aragón de quien manda en el Pignatelli. Si, después de asegurarse el subsidio de paro de sus compañeros o mantenerse el sueldo en un nivel medio alto,  tienen un rato para pensar en el ciudadano al que hace unos días ustedes llamaban votante, pueden darse prisa en empezar a trabajar, en convocar concursos, oposiciones, plazas en educación y sanidad y tantas otras cosas. Parece ser que necesitan todavía unos días para cerrar sus pactos a cal y canto. Sabemos también que los salientes van a cobrar hasta final de julio y que, salvo honrosas excepciones, casi ningún alto cargo ha pedido su cese después del resultado electoral. Después de que se forme el gobierno, hay previstos diez días para tomar posesión, así que nos plantaremos en agosto. En ese mes no trabaja nadie, aunque dicen los entrantes que sí que van a trabajar. En cualquier caso, en septiembre hablamos de lo tuyo, de lo mío, de lo nuestro y de lo vuestro. Cuando a sus Señorías les parezca bien.

No me gusta el cine

 

Mi trauma con el cine. Capítulo 1.

Querída Georgina:

No estoy orgulloso de ello, pero no me gusta el cine. O no me gusta mucho. Quiero decir que no lo aprecio ni valoro como la mayoría de la gente que me rodea. Escribo este artículo para que alguien me guíe y me eche un cable, no porque me enorgullezca de mis pensamientos que deben ser, desde luego, peores que los de un mono.Ire desarrollando mis ideas en post sucesivos para ver si llego a alguna conclusión.

Estoy convencido de que el cine no es un arte. Para que fuera un arte, el artista debería tener el control de casi toda la película y eso pasa en muy raras ocasiones. Aquí hay un debate muy interesante en el que quizá entre otro día. Renoir hijo me apoya.

No me gustan los actores ni las actrices. No me los creo en general. Un actor debería hacer solo una película en su vida. No es de recibo que James Bond sea también Robinson Crusoe. Mi mente de lector se rebela ante esa limitación tan burda. Tampoco me gusta que la cámara esté solo en un sitio y no en todos y que ese sitio lo elija otra persona que no soy yo. No me gusta que me lo den todo masticado. No me gusta el sonido agresivo del cine en el que una puerta que se cierra parece un terremoto. No me gusta el lenguaje falso que se usa; los «¿De veras?» o «¿podemos hablar un momento a solas en la cocina?» no me los creo. Creo que el cine no mira a la literatura y cuenta unos coñazos infumables. Lo iremos desarrollando poco a poco.

Haití y el cinismo

Les voy a confesar una cosa: cuando me enteré de la terrible noticia del terremoto de Haití pensé cínicamente cuántos días iba a tener actualidad la noticia. Confieso que no le di más de tres o cuatro días. Sin embargo, ya van unos cuantos más y esta noticia sigue ocupando portadas y teniendo un lugar privilegiado en la información. Me gustaría conocer las razones profundas. Si comparamos con otras catástrofes, hay que reconocer que las ha habido mayores. Quizá sea porque nos ha tocado cerca y ha habido víctimas españolas. Quizá sea porque nos repugna ver cómo se vivía en Haití y nos sentimos culpables porque no se hizo nada. Tal vez sea morbo. Tal vez nos estemos volviendo un poco más sensibles. Quizá no haya cosas más interesantes que contar. O puede ser que el sufrimiento y el dolor nos hagan darnos cuenta de las cosas que de verdad importan. ¿Qué opinan ustedes?