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Deja a su hijo al cuidado de algún familiar y se pone a trabajar pronto. Escucha comentarios como este: “aún no le han quitado los puntos y ya está en la oficina”. Todos opinan. Otro caso, la familia numerosa: primer hijo, normal. Segundo hijo: ¿te plantas? Tercer hijo: qué valientes. Pero contentos, ¿no? Cuarto hijo: coneja. Quinto hijo: loba, inconsciente, insensata.

Han pasado unos días desde el día 8 de marzo y toca hablar de las madres, ya que en ese día se habló de tantas cosas que la maternidad fue una más. Hemos hablado mucho de las pensiones. Hemos visto nuestra pirámide de población. Está al revés y no tiene pinta de volver a ser lo que fue. Nos guste o no, nuestra sociedad castiga la maternidad desde muchos puntos de vista, no solo desde el ámbito político, legal y laboral. Vivimos en una sociedad en la que hay que justificarse por los hijos que uno tiene ante el panadero. Como vayas por la calle con tus sobrinos y te rodeen cuatro niños, eres carne de cañón y de comentario malintencionado.

El 8 de marzo nos trajo manifestaciones en las que parece haber una unanimidad sobrevenida, quizá previa a la ideología. Me gustaría creer en un feminismo integrador que desemboque en una igualdad real dentro de poco tiempo. Puede que ese sea el camino, un punto de encuentro en el que la mayor parte de la sociedad coincide. El estado debe proteger a las madres y velar por su decisión en el caso de que quieran serlo: desde la que decide volver de inmediato al trabajo, hasta la que pide una excedencia para cuidar a su tercer hijo. La sociedad debe mirarse al espejo y entender que no puede avergonzarse de la maternidad ajena porque cuando hace eso, es como si se avergonzara de sí misma. Hemos podido leer ridículos exámenes de conciencia que nos interpelan para que no incurramos en micromachismos. Hemos visto el insulto a la inteligencia de la convocatoria a la “comida no mixta”. Hemos visto excesos y aciertos y tenemos que ser valientes y separar lo importante de lo accesorio. Hay esperanza, sin duda. Pero las madres siguen solas y hay permiso para juzgarlas y llamarlas malas madres, lobas y conejas. Es buen momento para cambiar.

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