No voy a cargar con la culpa ecologista. No estoy dispuesto. Me niego. Ya tengo bastante con lo mío. Se escucha, resuena en los guiones de las series, en los monólogos y en las frases de los tertulianos que somos víctimas de la culpa judeo-cristiana. Algunos quieren extirparse esa supuesta convicción íntima que, al parecer, es la causante de todos nuestros males. Pero al quitarse una culpa, necesitan ponerse otra porque el ser humano es un animal culpable. Es un ser capaz de darse cuenta de que es egoísta y de que se equivoca. Detrás de la culpa puede estar el perdón o la desesperación, pero esa es otra historia.
La culpa ecologista se manifiesta en todos los ambientes. Desde la política hasta la educación. Cada vez está más presente. Fuimos muy culpables del agujero de la capa de ozono. Somos culpables del llamado cambio climático. Utilizamos argumentos de un centímetro de profundidad que funcionan como dogmas. Antes sí que hacía frío. Quince grados en enero, qué desastre y otras tonterías parecidas. Al que duda lo llamamos negacionista. Lo mandamos a la hoguera del ridículo. Hemos elevado a la categoría de verdades absolutas palabras como sostenibilidad y responsabilidad como si nos fueran a salvar de la idiotez que nos acecha. Hacemos carriles bici por los que no va nadie y que atascan la ciudad en base a una verdad irrefutable: son sostenibles y responsables. Lo cierto es que no son eficientes, ni eficaces, ni rentables. La comida es ya una nueva moral, una fe con pontífices y mandamientos saludables que nos promete la felicidad plena. El mal es el azúcar y la grasa. El bien es la verdura, la comida sana y las famosas piezas de fruta que debemos comer mil veces al día si queremos llegar al paraíso. Entre tanto discurso verde y tanto sufrimiento animal, nos olvidamos de la gente que muere de hambre cada día. Esa culpa se ha olvidado. Nos hemos hecho resistentes a la muerte humana y no a cómo muere un cerdo.
Una persona que se siente culpable es, por lo general, manipulable. La culpa ecologista no admite perdón porque el hombre no puede salvar el planeta solo. Una vez más, estamos buscando fuera lo que deberíamos tener dentro.