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Es muy probable que las ideas sigan moviendo el mundo. Habría que estudiarlo con calma. Tal vez, eso que llaman “el debate de las ideas” tenga una función concreta y alguien desde algún remoto sillón ande pensando por dónde debe ir el futuro de la humanidad. Mientras tanto, lo que funciona a pie de calle es el eslogan. Nos vuelve locos, tanto que profundizar en cualquier materia se convierte en muchas ocasiones en algo complicado. Afirmar en un foro público que te has leído una ley o que has estudiado el auto de determinado juez resulta pretencioso y hasta grosero. Los “estribillos arrojadizos” se imponen como moda limitadora y cortante. Intolerante, frentista, retrógrado, reaccionario son algunas de estas palabras que cortan el debate de raíz y mandan al afectado al limbo de los argumentos.

“Yes, we flan”. Sí, señor Obama, somos un flan llamativo, vibrante, efímero y tembloroso. Díganos ahora señor presidente de la información qué era aquello que podíamos conseguir entre todos. Da igual. Repitamos palabras y el contagio nos dará la razón. Si queremos quejarnos de algo, tendremos que constituirnos en marea de algún color concreto. Después, nos juntaremos y gritaremos “sí, se puede”, aunque no se pueda ni remotamente. Si queremos dinero, haremos crowfunding o un calendario en paños menores. Los que mandan seguirán tomando sus decisiones en sus despachos y nos echarán las migajas para que, intimidados por los focos y la falta de experiencia digamos “sí, chef” y bajemos la mirada como un perrillo travieso. Abusamos de la metáfora náutica, es cierto. Derivas, mareas, hojas de ruta son palabras habituales en nuestros debates. Propongo incorporar algunas más: motín, abordaje, grillete, lastre, balsa y víveres, por ejemplo. Seguro que nos lo pasaríamos mejor.

Publicada en Heraldo de Aragón en Junio de 2013.

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