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La señal que deja el sol bajo las mangas de las camisetas de los albañiles es la marca España. La espuma de cerveza que queda en la comisura de los labios de los guiris en la Costa del Sol cuando apuran sus jarras de litro también es la marca España. Por lo demás, no creo en la tontería de la marca España en la que el Gobierno anda tan ilusionado. Tampoco creo en la marca Zaragoza, ese ridículo dibujito que nos costó un ojo de la cara en un estudio de Madrid y que vino acompañado, además, de un vídeo explicativo vergonzoso. Desconozco si el garabato rojo es útil a las empresas y a los autónomos de Zaragoza. Creo, además, que ellos también lo desconocen. Están muy ocupados con las cuentas y las facturas del nuevo IVA. Parece ser que los poderes públicos vuelven a olvidar que su deber es generar un marco en el que se pueda desarrollar la libre competencia. Es curioso comprobar cómo muchos políticos se empeñan en comportarse como capataces y caciques. El Gobierno nunca puede ser el motor de la economía. En Aragón, cada vez que tenemos elecciones autonómicas, comprobamos que la GM no es la mayor empresa de la Comunidad Autónoma porque siempre lo es la DGA. Mientras tanto, las ayudas y las ideas originales para los emprendedores brillan por su ausencia. Hay mucho artificio, mucho semillero de ideas para mangonear talento y hacer la foto y poca ayuda real que se plasme en leyes y en beneficios fiscales. Además, seguimos sin recortar algunos gastos vergonzosos que deberían suprimirse aunque solo sea para ganar algo de credibilidad de cara al ciudadano. La marca España es un envoltorio cutre en el que no habría que gastar ni un euro más. Las marcas ya saben manejarse solas, pese a los gobiernos. El descontento y la frustración son hoy la marca España.

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