Conviene fomentar la esperanza. Es necesario buscar razones para seguir viviendo. “El que conoce a los demás es inteligente. El que se conoce a sí mismo es iluminado”, dice el Tao. Necesitamos luz. No necesitamos listillos que estudian los errores de los demás y saben aprovecharse de ello. La pescadilla debe dejar de morderse la cola de una vez. El chocolate del loro tiene que servir para alimentar a unos cuantos que no tienen ni para comer. Hace un tiempo se hablaba de la globalización como un fenómeno curioso y simpático. Ahora, en cambio, se habla de los mercados que aparecen como los servidores de la nada que avanza comiéndose todo lo que encuentra. El que no tiene esperanza es fácil de dominar y quien tiene el dominio, tiene el poder. Cuando la esperanza falta hay presunción o desesperación. La presunción viene por exceso y la desesperación por defecto. La primera es propia de los poderosos y de los cínicos. La segunda suele pertenecer a los que lo pierden todo. La relación entre presuntuosos y desesperados es compleja y casi siempre destructiva. Es necesario fortalecer la esperanza para seguir adelante. Hay trucos interesantes para esto: dejar de ver algún telediario, alejarse de los cenizos que nos arruinan la vida, no dejar salir al enterrador que todos llevamos dentro, no pactar con la mediocridad y olvidarse de la política o dedicarse a ella sin medias tintas. La esperanza está rodeada de frases hechas que le arruinan el prestigio, pero lo cierto es que hay que ejercitarla como un músculo porque si no, se pierde. Además, hay que decidir dónde ponemos la esperanza y la ilusión. La vida es elegir quien te come la cabeza. Las informaciones recientes nos dejan clara una idea: la esperanza no es lo último que se pierde. Lo último que se pierde es la vida.
Columna publicada en Heraldo de Aragón el jueves 22 de noviembre.