El despertador suena antes que un día normal. No hay que trabajar, pero te levantas igual. Sientes un cosquilleo en la tripa que te impide comer. Engañas al cuerpo con unas cucharadas de yogur o con un trozo de fruta. Repasas la bolsa. Un olvido sería fatal. El ritual debe cumplirse. Si ganaste la vez anterior, repite. Si no lo hiciste, cambia algo, quizá unas medias o la sudadera. Sales del garaje. Esperas no pinchar la rueda con algún cristal. Es de noche, aún no ha amanecido. En la calle están los del after y los que pasean al perro. Hay que ir siempre por el mismo camino. Si no, las posibilidades de que todo salga mal aumentan. Enciendes el móvil. Los compañeros van dando señales de vida, como un comando que transmite su posición en medio de una guerra. Sumamos siete o más de siete. Todo va bien. Algunos cantan y ponen canciones a través de mensajes de voz. Se anima la fiesta. Va amaneciendo y llegas al campo. Observas que los focos están encendidos y que aún se ve la luna en lo alto del cielo. Esperas no haber sido el primero y no tener que ir a buscar la llave. Colocas la bolsa en el mismo lugar de siempre. Un cambio sería fatal. Cuando hay un jugador nuevo que se sienta en tu sitio, se lo explicas y lo entiende. El olor a vendas, plástico y líquidos terapeúticos es importante y empieza a llegarte por diferentes vías como una confirmación de que sigues vivo. Aún no ha llegado el portero. El árbitro pide las fichas. El otro equipo lleva ya un rato calentando. Mejor, que se cansen. Te colocas las botas, ajustas las medias y las espinilleras y te pones de pie. Ya eres tú. O lo que queda de ti. Sales al campo sin pisar las líneas blancas. No miras al rival. Buscas el balón. Haces un calentamiento suave porque el cuerpo no da para más y porque no quieres gastar fuerzas. Entonces, el tiempo se dilata. Ya debe ser la hora, pero hay espacio para que todas las piezas encajen. El portero se coloca en su sitio. Los compañeros también. El árbitro sale y empieza el juego. Cuando acabe, llevarás el cansancio encima, molestias musculares y alguna contusión durante unos días. Te dolerá todo y estarás agotado el resto del fin de semana. Te toca disimular. Es una de las formas que has elegido para ser feliz.