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Hoy les voy a explicar por qué no llevo corbata. Así, como suena.
Nos remontamos al siglo diecisiete. En aquellos tiempos, los varones vestían un blusón que se cerraba en el cuello con un lazo. Era normal el hecho de llevar un nudo, generalmente hecho con un pañuelo, que cerrara la prenda a la altura del cuello. Después aparecieron los botones, pero, al principio, tuvieron mala prensa. Eran propios de ropas menos dignas, no sé si me entienden. De calzones, ligueros, enaguas y otras prendas más íntimas.

Así que, cuando algún sastre se atrevió a poner un botón en el cuello del blusón, se apresuró a taparlo con un pañuelo. Años más tarde, alguien, con buen criterio, pensó que sería más cómodo abrir el blusón y dar la posibilidad de cerrarlo con botones. Pero los botones seguían siendo popularmente feos y había que taparlos. Entonces nació la corbata al prolongarse el pañuelo del cuello hasta la cintura. Toma ya.

Por eso, utilizo este argumento tan feliz para declarar que, mientras me lo pueda permitir, sólo me pondré corbata en bodas, bautizos y comuniones. Ahí queda eso.

Y el que se la ponga que no se sienta ofendido. No queremos herir la susceptibilidad de nadie. Es bueno saber por qué se hacen las cosas y también es muy positivo saber por qué no se hacen.

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