Alguien ha convocado una cacerolada en Zaragoza un día de estos en contra del cambio climático. Alguien ha convocado una cacerolada en Zaragoza un día de estos en contra de la nueva ley de lenguas. Alguien mueve los hilos o quizá todo se mueve al azar, por culpa de la acción y reacción de millones de voluntades diferentes. Nos repiten hasta la saciedad que el cambio climático va a terminar con la tierra, que hay que cambiar el modelo productivo de la economía. Algunos pensamos que todo está preconcebido, que una cosa quiere preparar la otra, que una voluntad económico-social nos prepara para el siguiente apretón de tuercas. Mil doscientas limusinas tiradas por caracoles recorren estos días Copenhague. Dentro de ellas, mil doscientos gerifaltes piensan en luchar contra las emisiones de CO2 que, por cierto, no se sabe si son tan importantes para el calentamiento global. Eso no importa en el fondo. Hay que creer sin ver. Creer después de haber visto es fácil. En eso se basa la fe.
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