La economía no tiene que ser sostenible. Es absurdo. La economía tiene que ser productiva, rentable y, en la medida de lo posible, creciente y distributiva. Sostenible es un término que viene del ecologismo y que se ha implantado como una epidemia en el discurso de los políticos. Hay cosas que no se sostienen. Hay, de hecho, muchas que necesitan sostenes. Miren la ropa tendida en algunas casas y entenderán que no todo es sostenible. Aunque una estúpida ordenanza previa a la Expo prohíba tender la ropa en el balcón, Zaragoza es generosa en el tendido de sostenes color carne de tallas grandes. Seamos serios. Una carretera no es sostenible. Es útil o rentable en la medida en que su uso supone una inversión aprovechable para el ciudadano. En economía, el uso de la palabra sostenible sugiere la imagen de una estructura apuntalada porque amenaza ruina.
En Zaragoza tenemos algún ejemplo reciente que nos invita a desconfiar de la palabra en cuestión. El Pabellón el Faro de la Expo era un claro exponente de la sostenibilidad. Aún recuerdo cómo una señorita voluntaria me explicó que debía tirar menos de la cadena del váter para alcanzar la felicidad. Lo mismo me dijo otra señorita con un pañuelo anudado al cuello en el Pabellón de España. El primero de los dos pabellones resultó manifiestamente insostenible. Nadie lo quiso y como la casa del segundo de los tres cerditos, se derrumbó. El segundo, el del arquitecto Mangado, espera su momento para convertirse en algo que han prometido alegremente y con muy poca vergüenza los gobernantes cada vez que han venido en el AVE a pasar la mañana a Zaragoza. A veces, no hay que saber mucho para hacer un diagnóstico acertado: tenemos una ley de economía sostenible. Es evidente que nuestra economía no va por buen camino.