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Ayer, vi una de esas paredes en las que se ponen carteles de nuncios. Se van colocando uno encima de otro con un curioso pegamento transparente que se aplica por delante del cartel y con una escoba. Misterios aparte, he pensado que todos somos como esas paredes. Nos llegan mensajes y nos los tiran encima, nos los pegan, hasta que se forma una costra de cinco centímetros que es casi más fuerte que la pared. Entonces, ya nos enteramos de nada por más carteles que nos pongan.
Nos quedan dos opciones: seguir recibiendo pegotes o quitarnos la costra y poner un cartel de esos en los que se lee “prohibido fijar carteles, responsable el anunciante”.