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Cuando somos pequeños y nos resbalamos o nos damos un coscorrón, sirve como consuelo –así nos lo enseñan- echar la culpa al suelo o al objeto con el que, torpemente, te golpeaste.
Por ejemplo, te das un cabezazo contra un columpio y lloras. Llega tu papá o mamá y dice: ¡Columpio malo! Vamos a pegarle. Y la cosa funciona. Qué curioso.
Parece cosa de niños, pero –si se fijan- lo seguimos practicando de mayores. Le echamos la culpa a lo ajeno: “ciclo económico malo”, “talibanes malos”, “contaminación mala” y así con muchas otras cosas.
Es, a fin de cuentas, una forma desarrollada y perfeccionada de un arte que el ser humano trabaja desde niño: el autoengaño.
Por ejemplo, te das un cabezazo contra un columpio y lloras. Llega tu papá o mamá y dice: ¡Columpio malo! Vamos a pegarle. Y la cosa funciona. Qué curioso.
Parece cosa de niños, pero –si se fijan- lo seguimos practicando de mayores. Le echamos la culpa a lo ajeno: “ciclo económico malo”, “talibanes malos”, “contaminación mala” y así con muchas otras cosas.
Es, a fin de cuentas, una forma desarrollada y perfeccionada de un arte que el ser humano trabaja desde niño: el autoengaño.
Así hice yo el otro día, «Internet, malo, malo, malo…»Saludos
Si pones tu nombre en google4 de las primeras 6 reseñaslas he escrito yono es raro?clases de conducción de torosni más ni menoso.