Somos robots. Tiesos, firmes, hieráticos. Estamos preocupados por no hacer el ridículo. Por ir bien vestidos, por llevar corbata si los demás la llevan o no llevarla si los demás no la llevan. Nos movemos como idiotas en aspectos estéticos. Carecemos de personalidad y de seguridad. Tenemos miedo al ridículo porque nos lo han impuesto desde pequeños. En cuanto dejamos la infancia, quedó claro que había unas cuantas cosas que no se podían hacer para no dar la nota. Pero hay algo interesante después del ridículo y de la vergüenza ajena. Es una barrera que les invito a traspasar de vez en cuando. Después de estas sensaciones hay un espacio de impunidad creativa muy interesante que ayuda al autoconocimiento y la profundización en el sentido de la palabra libertad. Si hiciéramos el ridículo un poco más, si supiéramos provocar la vergüenza ajena con más facilidad, la vida nos iría un poco mejor. Hagan la prueba.
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