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Entré en Carolina Herrera a comprar una alfombrilla para mi ratón.
-Estos productos selectos suelen ser muy exclusivos -me dijo la bellísima vendedora y sentí como si ella fuera una pluma de cisne y yo un cocotero.
La acompañé y me enseñó algunas alfombrillas. Mi ratón se merece todo. Gasté el sueldo de tres meses y medio en la alfombrilla y le dije a la vendedora:
-A fin de cuentas, esto es una inversión.
Salí de Carolina Herrera pensando que debería comprarme un ordenador.