Amo el circo. Sin embargo, detesto el Circo del Sol. Amo el circo porque es decadente y bello a la vez, porque huele a boñiga y a serrín, porque tiene animales deslumbrantes y resiste contra viento y marea las modas, las leyes, la falta de ayudas y la incultura. Amo el circo porque en sus funciones se representan los grandes temas de la humanidad sin rehuirlos y sin descafeinarlos: el amor, la seducción, la violencia, la lucha, el miedo, el dolor, el riesgo, la vanidad, el peligro y tantas otras ideas y pasiones que hacen que la vida no sea un absoluto aburrimiento.
Detesto el Circo del Sol porque es una multinacional con sede social en Quebec que da trabajo a cuatro mil personas y que genera 138 millones de dólares al año. No lo soporto porque no sabes quién de los cuatro mil fulanos es el que estira la pierna frente a ti. No entiendo que en una disciplina artística la marca esté por encima de la persona. No trago el Circo del Sol porque tiene franquicias por el mundo y no me imagino a los Beatles haciendo un negocio tan cutre. Aborrezco el Circo del Sol porque es el McDonald’s del arte escénico y porque demuestra el aborregamiento global y la falta de criterio artístico general. Esta empresa, cuyo producto es casi siempre agradable de ver, tiene bula para hacer lo que quiera porque nadie la critica o la sabe criticar. Me avergüenzo de nuestros políticos cachondos ante el desfile “El despertar de la serpiente” en la Expo cuando pienso que, en realidad, los que iban subidos en la cabeza del animal eran tipos de Calanda, Cadrete y Calaceite contratados en un castin. Por aséptica, políticamente correcta, carnavalesca, bienoliente y amiga del poder considero que esta empresa no merece en absoluto llevar en su “razón social” la hermosa palabra circo.
Publicada en Heraldo el 7-oct.2010