Entré en Martín Martín

Entré en Martín Martín a comprar gominolas gominolas.

Mientras avanzaba por el interior del establecimiento, un intenso olor salobre entró por mis narices y me golpeó el cerebro. De pronto, ante mí se alzó una figura difusa con forma humanoide y me habló:

-Soy el espíritu del encurtido. Me manifiesto ante ti para que seas mi portavoz, para que lleves mi mensaje por el mundo.

-Cuenta conmigo. ¿Qué debo hacer?

-Repetir aquello que dijo Jesús: «Si la sal se vuelve sosa ¿quién la salará?». Solo eso.

Salí de Martín Martín con una misión misión.

 

Entré en Burguer King

Entré en Burguer King silbando el himno de Riego.

Pedí juguetes, papeles y pegatinas. A cambio, me dieron una comida apestosa y una bebida hecha a base de agua y polvos.

Entre los objetos que había comprado destacaba una corona de papel dorado. Salí de Burguer King. En la esquina, había un pobre pidiendo limosna. Me acerqué a él y emulé a Alejandro:

-Tú pides como pobre. Yo te doy como rey.

Y puse mi corona en su cabeza y una grasienta hamburguesa en sus manos.

Entré en Panishop

Entré en Panishop tarareando una cancioncilla infantil.

-¿Qué desea?

-A usted, por ejemplo.

-¿Perdone?

-Quiero saladitos. Muchos saladitos. Quizá, todos los que tenga.

-De acuerdo.

-Los saladitos son el principio del fin. Son los culpables de la decadencia de Occidente.

-¿Por qué dice eso?

-Porque no saben a nada. Son masa rellena de no se sabe qué. Los saladitos son veneno. Son inercias y despedidas.

La chica no contestó más. Llenó las bandejas en silencio.

-Los saladitos saben a lágrima. Engordan. Son rutina, son «habrá que llevar algo». Además, tienen un nombre infame. ¿Se imagina usted que los pasteles se llamaran «dulcecitos»?

La dependienta se parapetó tras su visera. Pagué en monedas de diez céntimos.

Salí de Panishop pensando que la venganza se sirve en bandeja de cartón brillante.

 

Entré en Sephora

Entré en Sephora pensando en la misión trascendental de la hache intercalada.

Tenía sed y comencé a beber el líquido que había dentro de los innumerables botes de colorines que llenan las estanterías.

Una señorita se acercó a mí y me dijo:

-¿Qué hace?

-Bebo.

-Pero eso no está permitido. Está usted bebiendo perfume.

-No. Me bebo los recuerdos que tendrán en el futuro algunas personas. Desengaños, nostalgias, sudores, pulverizados que intentan tapar el implacable olor del hospital.

Me invitaron a salir de Sephora. Eructé y de mí boca salió una nube multicolor que se elevó hasta el cielo.

 

Entré en Pans & Company

Entré en Pans & Company buscando compañía.

Me senté junto a un grupo de adolescentes a echar oreja. Hablaban mal de sus padres.

Pedí un bocadillo de tortilla y lechuga. Volví. El bocadillo me habló y me dijo:

-Yo soy lo que buscas, el pan y la palabra.

Salí de Pans & Company. En la calle había una batucada. Saqué los restos de mi bocata y grité:

-¡Entrad!

Los batuqueros entraron en mi bocata y me los comí. Entré en Pans & Comany. Había olvidado pagar. Salí de Pans & Company.