Google siempre tiene la razón. ¿Quiénes son los más desfavorecidos?

No me gusta nada la expresión «Los más desfavorecidos». Si cambias la palabra por cualquier otra, la frasecita previa tiene un sentido peor: los más tontos, los más pobres, los más desgraciados, los más feos, los más listos… Desfavorecidos es un adjetivo que duele poco, que transmite poco, es un adjetivo anestésico y por eso la frase «los más desfavorecidos» no me gusta nada.

Además, creo que los más desfavorecidos somos nosotros. Los que tenemos luz y agua corriente, coche, moto y bienestar en el cuarto de estar. Somos los más desfavorecidos porque nos perdemos las cosas importantes de la vida, porque hemos olvidado la sonrisa y porque cualquier problema tonto desmorona nuestro mundo. Además, para terminarlo de arreglar, ahora estamos en manos de los mercados.

Hoy, Google me ha dado una alegría. Al escribir la frasecita en cuestión en el buscador, me he encontrado con sus caras nada desfavorecidas: ricos, inconscientes, sin tiempo para lo importante, asediados por gente que los mira como a monos de zoológico, con la crisis familiar acechando… Aquí los tienen.

 

Nuevos pobres

Cáritas lo está diciendo constantemente: hacía quince años que no se veía gente «normal» en los comedores. El perfil que se está viendo son personas que van a pedir lo básico, alimentación, o a que se les pague el recibo de la luz. Son familias jóvenes en las que los dos miembros acaban de quedarse en el paro por la crisis y tienen hijos menores. Según el nuevo informe de Cáritas sobre la pobreza, estas personas no encajan en el perfil de «pobre» de los servicios sociales de los ayuntamientos, no son drogadictos, ni sin techo, ni miembros de familias desestructuradas. Así está el panorama. Parece que no ha cambiado mucho desde hace años. El Estado es incapaz de ayudar a la gente con problemas graves y lo tiene que acabar haciendo la Iglesia. El otro día en un programa del estilo de Callejeros aparecía un pobre que explicaba que sólo le dan bocadillos o café los que tienen algo que ver con la religión. Está claro, es más fácil creer en Dios, que en el Estado del bienestar.