Ahora ya ninguna promesa vale. Nada sirve, ningún plazo cuenta. Olvidémonos de las carreteras, de las construcciones y de la promesa que últimamente nos han hecho sobre el dichoso Instituto sobre Cambio Climático. Pobre edificio de Pachi Mangado. Pobres ladrillos. Nada de nada. Ahora todo va a cambiar. Lo ha dicho hoy el vicepresidente en funciones y aspirante a Dios sabe qué –tiemblo solamente al pensarlo-, José Blanco. Las obras del ministerio de Fomento se van a retrasar un año de media por lo menos. Todo cambia con el nuevo panorama, con el nuevo “escenario” como dicen incansablemente los horteras. Pues bien, el “escenario” está fastidiado, roto y con las tablas levantadas. Hay vías de agua y toca tapar agujeros –como con la lotería pero peor- y achicar. Nadie exige a un político que cumpla sus promesas. Nadie se preocupa de eso, ni siquiera la oposición. La mentira y la falta de cumplimiento en la palabra no son argumentos que arruguen a la clase política. Las circunstancias han cambiado, pero aunque no cambiaran, cumplir las promesas es algo muy subjetivo en nuestro sistema de valores.
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