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El Polo se ha jubilado. El profesor de filosofía del último curso antes de la universidad, el maestro que marcó a muchos alumnos y que trató de guiarlos hacia el mundo real ha dejado el colegio. Don Vicente Polo siempre tuvo la capacidad de hablar a la persona adulta que el alumno sería en algún momento y no al joven más o menos inconsciente que se sentaba frente a él. “En primavera todos los capullos florecen” solía decir a aquellos que se atascaban. Y tenía razón. Vicente Polo dejaba sobre tu mesa la responsabilidad de tu vida. Tu nota y tu futuro.  Parecía decirte “coge tu libertad y empieza a usarla. Tú eliges cuándo te examinas. Te enfrentas o lo dejas pasar”. La capacidad de transmitir la pasión por el saber fue otra de sus grandes virtudes. Sin tonterías ni frases dulzonas, logró, por ejemplo, que muchos alumnos de ciencias se apasionaran por la filosofía de un modo tal que dejaban a los de letras a la altura del barro. En cierto modo, ayudaba a pensar y enseñaba a ver. Saber ver es importante y ya casi nadie lo enseña. Vicente Polo enseñaba a ver y también a mirar. Lo hacía con el cine y con la vida cotidiana.  Otra virtud que a mí me sorprendía en don Vicente era la capacidad de jugar con el lenguaje y de utilizar con arte y con gracia la fuerza y la belleza de la lengua. Nombres que se pronuncian del revés, frases divertidas y misteriosas que se repiten cientos de veces, alguna palabra malsonante de vez en cuando como un toque de picante y siempre una implícita apelación a la inteligencia y al desafío eran algunas de sus armas en el ámbito de la expresión. Eran también una enseñanza de lo abstracto y lo irracional. Me atrevo a decir que el Polo, como siempre lo llamamos, tenía alma de artista, aunque a él eso le importara bien poco. Los artistas no mezclan la moral con su arte, pero consiguen que su trabajo acabe siendo una obra profundamente espiritual. Ese es, para mí, el gran logro de don Vicente Polo Maragoto, gallego, profesor de Filosofía recién jubilado, residente en Zaragoza y aspirante a buena persona. Tenía también, por cierto, otra gran virtud: dar a cada alumno lo que necesitaba. Por eso, quizá a mí, nunca me hizo demasiado caso.

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Un comentario en «Vicente Polo»
  1. Sin duda alguna el mejor profesor que tuvimos en Montearagon. Descripción muy acertada de sus múltiples virtudes que suscribo plenamente

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