Esquiadores y toreros, primos hermanos

Mi trabajo en Bajo Cero, el programa de nieve de Aragón Tv, me ha permitido llegar a una conclusión muy curiosa y, además, muy interesante: los profesionales del esquí se parecen muchísimo a los toreros. Lo gracioso del asunto es que, salvo contadas excepciones, ni los unos ni los otros tienen ni idea de que son hermanos gemelos.

Tengo afición al mundo del toro y he tenido la suerte de conocer a algún torero y de poder trabajar ocasionalmente en prensa y televisión en este complejo sector. Es un mundo tan cerrado como fascinante. Conviene conocerlo en profundidad antes de juzgarlo. Pero ese es otro asunto, centrémonos en las sorprendentes similitudes entre toreros y esquiadores.

Los dos aman las sensaciones fuertes y la belleza. El esquiador busca combinar velocidad y estética, elegancia y armonía. El torero, también porque combina el riesgo con la belleza y la elegancia. A ambos les gusta lo que hacen porque les permite expresarse de un modo que va más allá de las palabras y en el que se sienten absolutamente seguros y concentrados.

Tanto el toreo como el esquí tienen un carácter casi coreográfico. Ambas actividades parten de una supuesta perfección que se va desvirtuando según avanza el descenso o la faena. Las dos actividades producen en el protagonista una sensación de imperfección que lo llevan a querer mejorar como sea y a idealizar su actividad. Por eso, unos y otros hablan del toro ideal, de la bajada ideal, del giro perfecto o del pase soñado. Ambas actividades dejan un poso de insatisfacción y obligan al protagonista a querer siempre más.

Las dos disciplinas se caracterizan por su enorme amor a un elemento natural. Unos y otros se desviven por aquello que les da la posibilidad de acercarse a alcanzar su plenitud. Unos aman la montaña, se preocupan por ella, conocen la meteorología, respetan el medio. Los otros, se preocupan con cariño del animal al que después habrán de enfrentarse . El hombre es transformador del medio por definición. Toreros y esquiadores transforman laderas y animales para adecuarlos a sus necesidades.

El respeto y la jerarquía son también dos valores esenciales que ambos mundos comparten. Los maestros de esquí ponen en práctica sus enseñanzas siempre partiendo de la máxima del respeto. Si alguien se sale de este planteamiento está fuera del círculo de confianza. Pasa lo mismo en el mundo del toro. Hay una jerarquía y un respeto absoluto al maestro. Además, en ambas disciplinas, la edad no es un factor determinante. La juventud no es, como en otras actividades, una virtud. En el toreo y el esquí ser joven es una circunstancia, pero en cuestiones técnicas, la edad importa poco. La jerarquía en las cuadrillas, la vestimenta de oro y plata, el papel de los mozos de espadas se parecen mucho a los diferentes niveles de los esquiadores: titulados, profesores, demostradores, etc.

Rituales, atuendo, valentía y actitud son otras notas que comparten estos dos mundos tan aparentemente diferentes. El esquiador y el torero deben gustarse a la hora de vestir y de ejecutar sus movimientos. Además, ambos tienen que tener un punto de chulería y de arrojo, un algo que cuando falta da lugar al concepto de miedo. Hay toreros que no mueven los pies cuando el toro pasa. Eso lo nota un buen aficionado. Un buen torero baja la mano a un toro que lo necesita y da espacio o se lo quita a otro según cuales sean sus características. Pasa lo mismo en el esquí: hay giros en los que falta contrarrotación o giros en los que los brazos quedan un poco atras. El buen esquiador da a la pendiente lo que la pendiente necesita. Un buen aficionado lo ve y lo sabe y puede juzgarlo.

 

El error de prohibir los toros, una invitación a la duda

Ahí van una serie de consideraciones para los antitaurinos y para aquellos que decían eso de «prohibido prohibir» y ahora se callan con muy poca vergüenza.  La modernidad y el no salirse del tiesto son también dos actitudes muy políticamente correctas. Espero respuestas sin acritud:

Si alguien está en contra del festejo de los toros es porque no quiere que se mate de ese modo al animal. Quiere, por lo tanto, defender al toro. Pero, yo pregunto ¿quiere defender a la ‘especie toro’ o al ‘individuo toro’?

Si quiere defender a la ‘especie toro’, nos encontramos, siendo realistas y utilitaristas, con la curiosa paradoja de que si desaparecen los festejos taurinos, la ‘especie toro’ desaparece con ellos, ya que los toros requieren unas condiciones de conservación extremadamente complicadas y gravosas y son animales que no pueden vivir en libertad porque son agresivos y bravos por naturaleza. Su instinto les lleva a embestir antes que a olfatear. Así que la especie toro no gana nada con la prohibición.

Si se quiere defender al ‘individuo toro’, por ejemplo, Nísperito de 535 kilos de peso  de la Ganadería Fuente Ymbro, es algo muy loable, pero el antitaurino deberá decirme por qué motivo Nisperito tiene más derechos que una ostra que muere comida viva y bañada en ácido o que un cerdo que pierde la vida lentamente degollado y desangrado. Si existe la diferencia ontológica entre el toro bravo y el cerdo, la ostra o el tan denostado piojo es conveniente que se explique y se demuestre.

Llegamos a la conclusión de que el antitaurino no tiene tanta preocupación por el toro,  lo que quiere es evitar que el ser humano cometa actos crueles con los animales. Así que el antitaurino es un humanista, no es tan ecologista como se pensaba a fin de cuentas. Enhorabuena. En este punto, debo sugerirle al ‘antitaurino prohibicionista’ unas cuantas causas humanas y humanistas más interesantes que la muerte en la arena del toro y en las que emplear sus esfuerzos, sus pancartas y sus leyes. Ahí van algunas: desigualdad social, muerte diaria por hambre de personas, guerras injustas y silenciadas en el mundo, trabajo infantil, armamento e incoherencia de los poderosos al respecto, las cifras alarmantes del aborto, etc.

Termino mi artículo invitando a los lectores ardientemente al conocimiento y a la información. Una oleada de opinión ‘buenista’ no debe calar en una persona bien formada, que debe preocuparse por buscar un criterio personal, en el que siempre cabrán los matices y los apuntes enriquecedores para el resto. La masa se aborrega y busca aborregar. Informémonos, leamos, conozcamos el mundo del toro, sus costumbres, su economía, su relación con la tradición y sus prohibiciones a lo largo de la historia. Hagamos entonces un juicio que aporte algo a los demás. Prohibir no es el camino. Les invito a dudar.

No me gusta que a los toros

No me gusta que a los toros te pongas la minifalda. Eso es lo que decía el gran Manolo Escobar. Seis mil euros se ha gastado el área de participación ciudadana en entradas para los toros el día de San Jorge. Se dice pronto. El PP se ha quejado y ha buscado barro en el asunto. El señor Becerril, responsable de la becerrada, ha dado explicaciones y ha dicho que es una tradición. Bonita tradición. Entonces, ha aparecido Luisa Fernanda Rudi, la dama del lánguido pañuelo y ha dicho que cuando ella era alcaldesa no se compraban esas entradas. Creo que ya vale de tonterías. Todos sabemos que el que tiene un amigo político entra gratis en el cine, el teatro, en la Expo y donde haga falta. Así que, por favor, señores encargados de la política, sean más listos y no tiren piedras contra su propio tejado.