La marca Zaragoza

Resulta que ahora necesitamos una marca de ciudad porque otras ciudades la tienen. Resulta que se la hemos encargado a una empresa de Madrid que nos sopla 232.000 euros y muchos meses de trabajo para hacer un dibujo que puede gustar más o menos, pero que dicen nos identifica y nos define. Dicen que está inspirada en los puentes de la ciudad, pero podría servir para cualquier ciudad con puentes. Dicen que habla de rasmia y de empuje, pero podría hablar de bondad y tecnología. ¿Por qué tenemos que gastarnos otra vez tanto dinero en esto justo después de la Expo? ¿No se tenía que haber proyectado esta imagen de marca de la ciudad aprovechando la difusión de la Expo? Les invito a que vean el vídeo de presentación de la marca Zaragoza. Pongan en youtube esas dos palabras: «marca Zaragoza» y prepárense para un viaje sensorial a la gilipollez más absoluta. La vergüenza ajena se queda atrás. No se lo pierdan. Es un fiel reflejo de lo que unos tipos de Madrid piensan que somos en Zaragoza. Así de triste. Es la marca de los cretinos.

La excelencia

Se habla mucho últimamente de la excelencia, una cualidad colectiva que viene a ser una especie de perfección de garrafón. Como la perfección no existe, alguien se ha inventado, quizá con buena intención, la excelencia para intentar decir que las cosas se hacen bien o, al menos, que se intenta. La excelencia es un cuento como otro cualquiera, esa es la verdad. Existe el esfuerzo, la superación, la competitividad y el prestigio. Los empresarios y los profesores de universidad se cantan unos a otros lo de «es un muchacho excelente», se dan diplomas y organizan simposios, mesas redondas, conferencias, certámenes y cafés de madres para decirse lo excelentes que son. La realidad es que a día de hoy mucha gente excelente se está yendo a la calle. En fin, quizá sea cuestión de palabras, pero, por lo menos, resulta interesante que le gente se esfuerce por hacer bien las cosas. ¿Se han fijado que los políticos no hablan nunca de excelencia ni de nada que se le parezca?

El flautista de Hamelin

Llega un momento en que el ciudadano también tiene culpa de lo que ocurre. El flautista de Hamelín se llevó las ratas y después a los niños porque lo querían timar. Vivimos dormidos y constantemente chantajeados. No nos damos cuenta. Un día nos dan longaniza, otro roscón, otro chocolate, otro bombillas y, el pasado fin de semana, nos dieron torrijas. Gratis, claro. Pero nada es gratis. Todo se paga en impuestos y en alguna molestia. También se paga en dignidad, pero como la dignidad no puede medirse ni tocarse tampoco nos afecta. Tragamos con todo, tranvías, campos de fútbol, apagones ridículos de luces… Tenemos poco criterio y sólo nos quejamos cuando nos tocan lo nuestro. Dicen que podemos hablar cada cuatro años en las urnas, pero la realidad es que deberíamos hablar más. Sin embargo, el sistema está montado como está y no le suelen poner el micrófono a uno a diario delante de las narices. Así que sólo nos queda una salida: cuidar cada uno de nuestra dignidad.