Lo que vi cuando cerré los ojos

lo-que-ves-cuando-cierras-los-ojosTuve la suerte de presentar el libro de David Jasso «Lo que ves cuando cierras los ojos», publicado por Editorial Apache. Había quedado con Roberto Malo un rato antes para hablar de asuntos editoriales. Todo bien. Nos vamos a la biblioteca de Aragón, a la biblioteca de doctor Cerrada, que estará abierta.

Por la mañana hablé del libro en la tele como quien recomienda la dieta de la alcachofa o una estafa de esas. Al llegar hablamos con unas amigas de Malo y de Jasso. Hablan de la mierda. Van a hacer un libro sobre mierda, una antología escatológica. Quieren engañar al editor de Jasso para que lo publique. En eso andamos cuando aparece por la calle el autor de «Lo que ves cuando cierras los ojos» acompañado de José Luis, su editor, que no sabe la mierda que se le viene encima. Llevan maletas de ruedas. No vienen de viaje. Las maletas van llenas de libros. Desde que reina Escuín en la cultura aragonesa, se pueden vender libros en la biblioteca de Aragón sin que nadie venga a excomulgarte. Nos presentamos. Dejamos pasar a abuelos desequilibrados por la curiosa orografía de la entrada a la biblioteca. Es una montaña absurda y nunca lo había pensado. Vamos a la sala. Bajo los escalones de la biblioteca y me doy cuenta de que debería hablar sobre ellos en la presentación. Me encuentro con un jefe que tuve que se llama Agustín. Transmedia. Transmierda. Hablamos. Me llama José Luis y yo no le digo que me llamo Juan Luis. Jasso me busca y me pide que entre. La gente se queda fuera de la sala todavía. ¿Qué vas a decir? Lo que me salga de los cojones. Solo faltaba. Una vez aclarado esto, organizamos el orden de presentación. Hablará el editor primero, después lo haré yo y, por último, hablará el autor.

Va entrando la gente. Estamos sentados. Los vemos pasar. Van llenando la sala sin fanatismos. El editor me cuenta su historia y me gusta. Me imagino que se llama Javier, pero no se llama así. El editor habla. Da las gracias. Dice os quiero y que su trabajo es una labor de héroe. Me pasan el micrófono y digo lo siguiente:

El arquitecto que hizo la biblioteca de Aragón diseñó unos escalones absurdos que te obligan a dar pasos de palomo cojo o zancadas de mamarracho. Me meto en ese jardín porque los escalones de la biblioteca son literatura de la buena y el que no lo entienda que espabile. Es una forma de introducir un libro que trabaja bien la mirada del autor, un libro que sabe mirar y extraer la belleza de las cosas. El libro de Jasso te hace decir «eso lo había pensado yo». Sí, pero no lo habías sabido decir. Eso es lo que hacen los escritores. Los buenos escritores, los otros se dedican a dar la chapa, a hacer referencias o a hablar de templarios.

Me meto con Bustamante porque lo necesito. El libro de Jasso se dedica a seguir al loco. Eso es un buen relato, una buena novela: seguir al personaje y anotar lo que va haciendo. El personaje cobra vida, desborda y se escapa del control del escritor. La sociedad sigue a Bustamante. La gente quiere escuchar el cuento de la Cenicienta mil veces. Quieren ver Masterchef y llorar cuando Jordi hace una puta ensalada. Yo no quiero eso. Yo prefiero seguir al loco. Quizá por eso estoy aquí sentado.

La locura y la vergüenza ajena bien proyectada tienen algo en común: abren el camino de la impunidad. Los locos de Jasso son impunes y libres. Son lo que uno querría ser muchas veces al día. Quieren ser sombras de los lectores, el libro es un espejo deformado en el que es necesario mirarse. En la parte del estilo, «Lo que ves cuando cierras los ojos» es un relato dinámico que trabaja con mucha solvencia el punto y seguido. A veces, parece que esté escrito demasiado deprisa, pero el ritmo es eficaz y funciona con solvencia. El punto y seguido de Azorín. Oído cocina.

Una de las habilidades que más admiro en David Jasso es la facilidad que tiene para contar de un modo sencillo lo que es complicado. Es una técnica que ha demostrado en narración, diálogo y descripción durante toda su obra de género. Por eso, tenía curiosidad por ver cómo afrontaba la narración de hechos más realistas -iba a decir reales, pero no es la palabra-. La respuesta es evidente: Jasso se maneja con soltura en los escenarios de la vida cotidiana y aprovecha, como todo escritor, escenas y personajes  para dibujar su literatura. Sí, están muy locos los protagonistas que tejen la narración en la novela de David Jasso, pero son tremendamente tiernos. Me apetece comparar su ternura con la que suscita el personaje Sheldom Cooper de la serie Big Bang. Son personajes herméticos, con problemas serios de sociabilidad, pero, a su vez, son tiernos y cercanos.

Hay un mérito de estilo especialmente logrado en el libro: la descripción de objetos y sensaciones, el encuentro empático con el lector. Pongo el ejemplo de un zumo de mango que aparece en los primeros capítulos, un zumo de mango literario y casi paladeable que nos habla de diferenciación, locura, previsión, ilusión, pérdida, decadencia, vergüenza, arrepentimiento y tristeza. Un zumo que no es una circunstancia. Muy rico todo.

Hay también en «Lo que ves cuando cierras los ojos» una cierta superación del monólogo interior plomizo que ha asolado la literatura contemporánea en los últimos años. Sí que existe una voz común en el narrador de todos los personajes, pero es una herramienta necesaria y perfectamente asumible por cualquier lector que sepa juntar la pe con la a y decir pa. Es esta voz común uno de los hilos que sutilmente afianza toda la novela y la hace fluir de un modo natural y preciso.  Dijo Fiodor Dostoievski: «Tengo un proyecto: volverme loco».  Amén.

Después dije que compraran dos libros en lugar de uno y creo que funcionó. El editor llevaba datáfono, algo que me hizo pensar que no todo está perdido en este mundo. Bebimos agua del grifo en una jarra y el suelo tenía una moqueta de cien mil colores pixelada. En el público estaba Octavio Gómez Milián y eso ya vale más que cualquiera de mis estupideces.

Sigamos viendo series como si lo fueran a prohibir, haciendo running, coaching y mindfullness, no vaya a ser que leamos un libro y al día siguiente nos apetezca el zumo de mango y mandar todo a la mierda. Viva la literatura y la madre que me parió.

Lo que ves cuando cierras los ojos. 

David Jasso. 2016. 330 páginas. 

Editorial Apache. Colección Abraxas. 

Muy serio. 

"Hacia el interior", letras de sopa

«Hacia el interior» es un ladrillo para construir una casa de papel. Es, también, un conjunto de pajaritas de papel desdobladas, planchadas y encuadernadas,  un calzador de sillones magnífico, un arma arrojadiza, un cuaderno de recortables y el libro más complicado para reseñar que uno pueda imaginarse.  Es también un catálogo de letras que han cobrado vida y quieren echar a volar. «Hacia el interior» es un libro preguntón, sorprendente y, aveces, acusador. Pregunta mucho al lector y, en ocasiones, lo hace de una manera incómoda. También sorprende porque se plantea el sentido mismo de la sintaxis y de la función de la grafía. Es acusador porque cada una de sus páginas nos llama ciegos, tontos, torpes, cínicos, engreidos, aburridos y cosas todavía peores a los que nos hemos asomado a su cuidado diseño y agradable papel. No sé qué es la poesía. No sé qué es la poesía visual. No sé nada y este libro me lo confirma y certifica como un notario de Pamplona.

El libro lleva editado ya una temporada, así que habrá que rebuscar para dar con él. Es lo que tiene hacer reseñas a deshora… Ya me perdonarán. Es la primera aventura editorial del sello Anorak que ha publicado también a Irene Vallejo y a Sergio del Molino. Dos grandes del panorama literario de aquí.