A igual a A

Comparar no es explicar. Ocultar no es informar. Comunicar no es gobernar. El argumento de la comparación nos persigue. Mejor que en 2004. Por encima de la media europea. Mejor que Italia. Cuando usted mandaba. Comparar no es explicar, señores gobernantes. Comparar es comparar. Necesitamos que nos expliquen la realidad política sin tanta comparación porque no tenemos todos los datos y no podemos confirmar lo que escuchamos. Al final, todo se acaba reduciendo a la fe. Y uno prefiere, por ejemplo, creer en la Santísima Trinidad –que ya es bastante- que en la otra Trinidad o en cualquiera de sus compañeros de gobierno. Nuestros políticos, incapaces de convencer con datos, tensan su labor de gestores hasta colocarla al nivel de la adhesión inquebrantable. Siempre has sido azul, sigue siéndolo. Siempre has sido rojo, no cambies. Cree.

Comunicar no es Gobernar, aunque se empeñe el canonizado Rubalcaba. Comunicar es comunicar. Hay una obsesión por comunicar en el actual Gobierno. Quince portavoces. La casa sin barrer. Comunicar es importante, pero gobernar es otra cosa. Gobernar –ya vale de tonterías- es gestionar recursos, voluntades y compromisos. Gobernar es casi siempre, más ocultar que informar. De eso sabe mucho el actual y pluriempleado secretario de organización del PSOE, quizá por eso esté en ese cargo. Fíjense si oculta bien la información que ni Biel ni su esposa sabían nada del nombramiento. Marcelino el ocultista. ¿Dónde está el Presidente?, nos hemos preguntado más de una vez durante esta legislatura.  ¿Y la economía? Bien, gracias. No somos ingenuos: está claro que los movimientos que ha hecho últimamente Zapatero no están pensados para combatir la crisis. Están encaminados al objetivo único del político vocacional: lograr la permanencia en el poder.

Publicado en Heraldo de Aragón el 2 de noviembre 2010

De travestis ideológicos y otras especies

Hoy Rajoy le ha llamado a Zapatero algo así como travesti ideológico. Qué buena idea. Rajoy se refería a que Zapatero cambia de ideas como los travestis de sexo en sus noches locas. En este caso, siguiendo con el ejemplo, las vicepresidentas de La Vega y Salgado serían dos drag queens despechadas y sin tarima en la que bailar. Chaves, una reinona a la que se le ha pasado el arroz, que busca pasar el trago acodada en la barra del bar. El resto de ministros, en su carroza del orgullo gay, salen felices de su garaje y al llegar al centro de la ciudad se dan cuenta de que el desfile era el día anterior. Rajoy –tengo para todos- sería un mariquita apocado y miedoso, que sabe que tarde o temprano, si todo va bien, quiero decir, mal, tendrá las plumas a su disposición y será el rey o la reina de la fiesta. El panorama –siempre ideológico, no me entiendan mal- está más o menos así. Me he dejado a los sindicatos. Creo que ellos serían los seguratas, los de la puerta. Hacen lo que dice el jefe hasta que se hartan de él y se van a otro garito en el que se les pague más.

Políticos y sabios

Mientras unos señores están negociando diez horas seguidas para que Aragón siga fabricando coches sin parar, otros deciden que sólo se puede ir a 30 kilómetros por hora en algunas calles del centro de la ciudad. Mientras unos señores no paran de hablar de sostenibilidad, energías limpias y renovables, otros tratan de convencernos de que la electricidad que mueve al tranvía estará obtenida con energías limpias. Lo malo de este asunto es que unos señores y otros son los mismos. Los dirigentes, la clase política tienen el problema del tiempo. Están en el candelero poco tiempo y quieren hacer cosas importantes. Su perspectiva es siempre incompleta, su ideología limitada y flexible y su punto de vista corto y casi siempre sesgado. Por eso siempre el ciudadano se sentirá en cierto modo “engañado” por la clase política. Por eso, gente como Rodríguez de la fuente o Delibes dicen más verdades y tienen más objetividad que cualquier político. Por eso, deberíamos escuchar más a los que saben y menos a los políticos. Pero los que saben de las cosas, desgraciadamente, aparecen poco por la televisión.

De políticos y futbolistas

Los políticos se parecen a los futbolistas en algunas cosas: cobran mucho y hablan públicamente como idiotas. Después, en privado, son listos como serpientes y astutos como zorros. Dicen caca, culo, pedo, pis como los que más y se meten puñaladas sin la menor contemplación. No debe extrañarnos lo que le ha pasado a Esperanza Aguirre en Madrid con el micrófono. El micrófono amplifica las ondas y los periodistas difunden el mensaje. Pero el problema es otro. El problema grave que tenemos en esta “sociedad de la información” es que hemos permitido y hemos aceptado que los políticos salgan hablando día tras día como idiotas, en un tono neutro, con entonaciones robóticas para difuminar su mensaje tras unas palabras ambiguas y un tono de seriedad. A los futbolistas les pasa parecido. Si fuéramos más listos, pediríamos que se nos hablara en el lenguaje de verdad, en el que se usa en las calles y en los bares. En el que se usa cuando se piensa que el micrófono está apagado.

Políticos cercanos, políticos de aquí

Hay que empezar a dejar la actitud bizarra y pueblerina a un lado si queremos tener líderes políticos propios, no importados de Madrid, esa academia del saber político. No puede ser que el río se salga hace dos días y hoy se dé una rueda de prensa en el Ayuntamiento para explicar qué se va a hacer en ese caso. No puede ser que los políticos se enojen si se les pregunta algo fuera de lo común, algo que se sale del orden del día. No puede ser que los políticos de Aragón vayan del despacho a la sala de prensa y no vean el mundo exterior. No puede ser que se hable del río desde un despacho. Hoy, solo Nieves Ibeas ha ido a la orilla del Ebro a ver cómo estaba el cotarro y a hablar con los agricultores. Hay mucha distancia entre los cristales ahumados de los coches que salen del Pignatelli y la gente de la calle.

El trasvase otra vez

Todos los años, incansable y repetitivo, con la puntualidad de una estación meteorológica vuelve a la actualidad de Aragón el dichoso asunto del trasvase. Todos los años, con el tesón incansable de un martillo pilón, vuelven los catalanes y valencianos a pedir el agua. Todos los años, con la cabezonería de una mula, los aragoneses nos ponemos en guardia y comenzamos a repetir lo de siempre: nos quitan lo nuestro.  Y yo me pregunto, ¿quién tiene la razón? ¿Es nuestra el agua por el hecho de pasar por aquí? ¿Qué ha pasado en esta tierra para que nombrar el trasvase sea peor que mentarle a alguien sus muertos? ¿Por qué nadie trata de estudiar y explicar el asunto del trasvase con algo de rigor? ¿Por qué todos barremos para casa y nadie está dispuesto a ceder? En la Expo nos decían que habíamos vivido de espaldas al Ebro. Tenían razón, estábamos vigilando por si venían a llevárselo.