Espabila, Mariano

Mi columna de ayer en Heraldo de Aragón:

Espabila Mariano, espabila. Las urnas te han puesto ahí para que hagas algo. Cuando utilices el palo, no olvides la zanahoria. Echa de vez en cuando algún cohete que haga ruido y brille en la oscuridad. Tal vez no sirva para mucho, pero alegrará a la tropa. Comparte tus penas, Mariano. No te aísles tan pronto, que acabas de entrar. Haznos partícipes a todos y explícanos por qué tenemos que adelgazar tanto. Haznos dibujitos, ponlos en internet y en tu telediario. No huyas de los periodistas. Eso está feo. Déjalos preguntar. Que no se note que les tienes tanto miedo. Manipúlalos. Sé un gran líder. No los veas como un peligro, sino como una gran oportunidad. Es más, visita con frecuencia a los que peor te tratan. Te vendrá bien para medir algunas cosas. No leas tanto cuando aparezcas en público. Habla. Explica. Manda a tus asesores y a tus directores de comunicación a echar un café. Deja de hacer el ridículo en las redes sociales. Habla o calla, pero sé tú. Quizá sea el momento de la grandeza, Mariano. Quizá haya que romper la baraja, tú ya me entiendes. No me refiero a romperla del todo, pero sí a amagar, que en política es parecido a dar. Lo de América está feo, Mariano. Habría que decir algo para que lo oyéramos nosotros, algo que nos hiciera sentirnos ofendidos y un poco orgullosos. La política está en una crisis profunda y te toca a ti en gran medida sacarla adelante. Si no tenemos líderes políticos, buscaremos líderes sociales y vendrá una nueva época llena de desconcierto. La legitimidad se desangra poco a poco a un ritmo constante. Si la gente desconfía del sistema, el sistema se rompe. Sé ejemplar. Recorta, renuncia, cede. Haz pequeños gestos para hacer gestas. Sacúdete a los aduladores y a los sinvergüenzas que te rodean. Espabila, Mariano, espabila.

La grandeza

No esperaré a que mi amigo el político me llame. No me quedaré en mi metro cuadrado mirándome al ombligo. No diré que voy a hacer gestiones cuando tenga que ir al retrete. No caminaré estirado como si el cuello de mi camisa quemara. No miraré a nadie por encima del hombro. Dedicaré tiempo a decidir lo que pienso en determinados temas. No aceptaré argumentarios. No repetiré las mismas tres ideas durante toda mi vida, las actualizaré y profundizaré en ellas. Quizá renuncie a alguna. No seré un cabrón y rechazaré los ámbitos en los que serlo resulte imprescindible. Trataré de ser rico en tiempo y no en dinero y de ser feliz antes que rico. Trataré de entender a los demás antes de ponerlos verdes. No perderé el tiempo con mediocres. No gastaré ni malvenderé el talento. Intentaré no tener demasiadas servidumbres. No me dedicaré a complacer a los que piensan como yo. Trataré de acercarme a los que piensan distinto y comprender sus puntos de vista. No impondré, propondré. No repetiré en las conversaciones el “qué mal está todo” que ahora está tan de moda. Entenderé que el respeto a los demás comienza por respetarse a uno mismo. Trataré de no quejarme por mí, sino por los que de verdad están fastidiados. No diré tonterías como “los más necesitados” o “los más desfavorecidos”. Llamaré pobres a los pobres y ricos a los ricos. No esperaré a que los políticos solucionen mis problemas. Cuando escuche a alguien decir que ahora es momento de replegar velas o de retirarse a los cuartelillos de invierno y esperar a que pase la tormenta le diré que se equivoca. Cuando escuche eso de que hay que agarrarse como sea al puesto de trabajo y a lo que se tiene, que no está el horno para bollos, cuando vuelva a escuchar el estribillo gris de “conlaqueestacayendo” diré esto: es el momento de buscar la grandeza.