Hagamos más el ridículo

Somos robots. Tiesos, firmes, hieráticos. Estamos preocupados por no hacer el ridículo. Por ir bien vestidos, por llevar corbata si los demás la llevan o no llevarla si los demás no la llevan. Nos movemos como idiotas en aspectos estéticos. Carecemos de personalidad y de seguridad. Tenemos miedo al ridículo porque nos lo han impuesto desde pequeños. En cuanto dejamos la infancia, quedó claro que había unas cuantas cosas que no se podían hacer para no dar la nota. Pero hay algo interesante después del ridículo y de la vergüenza ajena. Es una barrera que les invito a traspasar de vez en cuando. Después de estas sensaciones hay un espacio de impunidad creativa muy interesante que ayuda al autoconocimiento y la profundización en el sentido de la palabra libertad. Si hiciéramos el ridículo un poco más, si supiéramos provocar la vergüenza ajena con más facilidad, la vida nos iría un poco mejor. Hagan la prueba.

Corbata o termómetro

Vuelve el verano y vuelve la noticia recurrente de la corbata y el aire acondicionado. Todos caemos en lo mismo y los ministros utilizan el recurso para dar que hablar y tapar otros asuntos. Vaya, si estoy hablando de eso… Y ahí quiero llegar…

Imaginen una recepción de la delegación de un país en la Expo. Vienen los representantes del otro país. Elegantes y bien puestos. Se asan de calor. Los recibe, por ejemplo, Marcelino Iglesias. ¿Qué creen que piensa cada uno íntimamente? Apuesto lo que quieran a que todos preferirían estar comiendo en su casa en vez de estar en un comedor de lujo degustando lo último de la nueva cocina. La gente lleva corbata y no quiere llevarla. La gente come en sitios caros y no quiere estar ahí. La gente come con gente con la que no le apetece estar. Así está montado nuestro mundo, todos hacen cosas que, en el fondo, no quieren hacer. Son pocos los valientes que hacen lo que les da la gana.

Trileros

Me gustan los trileros. Cuando era pequeño, me pasaba el día mirándolos con mi abuelo. Siempre me decía «nunca apuestes con ellos cuando seas mayor. Te timarán».

Mi abuelo me enseñó a saber quién es el gancho. Suele ser uno de los que están apostando contra el trilero. A veces, hay más de uno. Son compinches suyos y hacen que ganan con facilidad para que la gente se anime a apostar.¿Dónde está la bolita? O ¿Dónde está la reina? Esas son las preguntas.

Me gusta ver a los trileros, pero no apostar con ellos. «Aquí hay un trasvase, ahora ya no está, ahora vuelve a estar… ¿Dónde está el trasvase?» Creo que ya lo entienden… También hay trileros con corbata y coche oficial. También tienen ganchos con puestos altos en grupos de comunicación potentes. Menos mal que yo sigo haciendo caso a mi abuelo.