Negacionista

Esto que voy a decir no es una opinión, así que no me llamen negacionista, que es, por cierto, una palabra fea y agresiva utilizada para nazis y gente indeseable. Ahí va la frase: el Cambio Climático no parece ser tan importante como decían. Ha llegado la crisis y muchos planes para luchar contra el calentamiento de la Tierra se han difuminado. De hecho, en España, los Presupuestos Generales del Estado reducen a la mitad la asignación dedicada a esta materia. Además, el presupuesto total de ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente se rebaja en un 31,2 por ciento. Pongamos algún ejemplo más: el presidente de Mercadona, Juan Roig, dijo el otro día, entre otras cosas nada despreciables, que cobrar por las bolsas había supuesto un ahorro al país del 0’02 % del PIB. Ni bolsa caca, ni nada. Ahorro puro y duro para el empresario a cargo del bolsillo del ciudadano que además de pagafantas pasa a ser pagabolsas. El planeta es una buena excusa. ¿Va a querer bolsas? Sí, señorita. ¿Cuántas? Usted sabrá. Otro ejemplo cercano: el Pabellón de España que iba a ser el Instituto del Cambio Climático languidece triste y pierde ladrillos como si la nada de la Historia Interminable se lo fuera zampando poco a poco. La nada avanza porque las personas han dejado de imaginar, porque están desesperadas. Las personas desesperadas son fáciles de dominar y quien tiene el dominio tiene el poder. Vean la película. Lean el libro. El Cambio Climático trae pobreza y hambre. Hablemos de pobreza y hambre entonces y no convirtamos un asunto serio que nos hará culpables a los ojos de la historia en un conjunto de prebendas, puestos de trabajo, estrategias regionales y demás excusas para colocar amigos y chupar de la borrega. Ya ven, una columna de opinión sin opinión. O casi.

Lo que de verdad importa

Lo que de verdad importa no son los mercados, ni la disolución de ETA, ni Moody´s, ni Standard and Poors, ni las elecciones del 20 N, ni el cambio climático del que, por cierto, ahora casi nadie se acuerda. Saber qué es lo que de verdad importa es un reto que tenemos cada uno y que solo nosotros podemos resolver.  Una de las tragedias de la sociedad contemporánea consiste en no tener respuesta para esta pregunta no por ignorancia, sino por falta de interés. El día en que dejas de buscar, el día en que dejas de pensar, el día en que te dejas llevar, empiezas a morir por dentro. Cuando el trabajo, el dinero, el verbo tener, el coche, la casa, la ropa o la colonia empiezan a ser lo que de verdad importa, algo empieza a fallar en la vida. Me ha llamado la atención saber que hoy setecientos jóvenes se encierran unas cuantas horas en un auditorio para escuchar a tres personas relevantes hablar sobre lo que de verdad importa. Seguro que  Irene Villa, Tony Nadal o Jaume Sanlorente pueden echarles una mano, aunque, en realidad, simplemente van a contarles su experiencia y a invitarles a pensar. Después, cada uno se saca sus castañas del fuego y decide, para bien o para mal, qué es lo que de verdad importa. Tengo la certeza de que actos como este, a diferencia de otros, ayudan a crear librepensadores y no a programar cerebros. Personalmente, me interesa ver la mirada de Irene Villa y saber qué opina sobre el perdón, escuchar a Tony Nadal hablar sobre Djokovic y comprobar si Jaume Sanllorente es un escritor, un misionero o algo diferente. Además, como me considero joven -ese sí que es un concepto discutido y discutible-, quizá me pase por el anfiteatro del Hotel Reina Petronila a ver qué es lo que de verdad importa. Si me entero, vengo y se lo cuento.

La bolsa o la vida

Bolsa caca. Inteligencia caca. Resulta que ahora las bolsas están mal vistas en los supermercados y, como son contaminantes, tienen un precio que debe asumir el consumidor. En Zaragoza, las palomas y las bolsas ocupaban el cielo en paz desde hace muchos años, pero se les ha acabado el chollo. Las palomas son diezmadas con discreción por molestas y las bolsas empiezan a serlo por presunto delito de contaminación. Nos toman por tontos con la excusa. Algunas grandes empresas han visto una coartada muy buena para ganar un dinero extra con la tontería. Como aquella famosa línea aérea que ahorró tantísimo quitando una oliva del menú, ahora, los supermercados quieren hacernos creer que salvamos el mundo y así, céntimo a céntimo, mejoran las cuentas. Confieso que cuando voy a comprar algo y me quieren cobrar la bolsa, me rebelo y acabo llevándome los yogures dentro de la mochila. Ya sé que la culpa es mía por no llevar en el bolsillo la bolsa llena de migas de la lencería Consuelo en la que llevé el bocata ayer y unas películas hace tres días. La estupidez nos persigue. ¿Qué tal va el Instituto para el Cambio Climático de la Expo? Bien, gracias. Mientras los políticos se aclaran, mientras discutimos y nos preocupamos —muy pocos, por cierto— de la realidad o irrealidad del calentamiento global, los tontos vamos pagando por las bolsas y nos creemos los salvadores del planeta cuando aflojamos un par de céntimos por la bolsa de fécula de patata. Además, nos gastamos un dineral en bolsas de basura negras que contaminan más que las otras. Lo más sensato sería hacer bolsas gratuitas, con publicidad —que pague el de la tienda— y biodegradables, con los colores amarillo, verde y azul en las que se pudieran separar los residuos  y que terminaran sus días en el vertedero.

Campaña de promoción de López de Uralde

Ya estoy harto del señor López de Uralde, el director ejecutivo de Greenpeace que se coló en la cena de gala de la Cumbre del Clima de Copenhague. Estoy sorprendido de que en todas partes se le reciba como a un héroe y se le dé cancha para hablar. Este señor ha cometido una acción presuntamente delictiva, violando la seguridad de un puñado de dirigentes internacionales. Sin embargo, a nadie parece importarle. Se utilizan eufemismos y expresiones absurdas como decir que “protagonizó una acción reivindicativa” y que es un “activista muy comprometido” para restar importancia a su acto. Estoy de acuerdo en que la reacción del gobierno Danés puede haber sido desmedida. Pero la de nuestros medios de comunicación también lo ha sido. Basta ya de majaderías. No convirtamos al bufón en pensador porque nos ira mal el negocio.  Habría que preguntarle al señor López de Uralde quién le paga el sueldo, el viaje a Copenhague y todo el chiringuito. Habría que preguntarle, de paso, de dónde sale el dinero de Greenpeace. Sería un interesante debate. Habría que recordarle que el cambio climático mueve mucho dinero en todos los Gobiernos ante cuyos presidentes se quejó y que por mucho repetir una cosa no acaba por ser verdad. Esperemos que la cara barbuda del señor López de Uralde desaparezca pronto de la actualidad, aunque después de esta campaña de márquetin será complicado.

Limusinas tiradas por caracoles

Alguien ha convocado una cacerolada en Zaragoza un día de estos en contra del cambio climático. Alguien ha convocado una cacerolada en Zaragoza un día de estos en contra de la nueva ley de lenguas. Alguien mueve los hilos o quizá todo se mueve al azar, por culpa de la acción y reacción de millones de voluntades diferentes. Nos repiten hasta la saciedad que el cambio climático va a terminar con la tierra, que hay que cambiar el modelo productivo de la economía. Algunos pensamos que todo está preconcebido, que una cosa quiere preparar  la otra, que una voluntad económico-social nos prepara para el siguiente apretón de tuercas. Mil doscientas limusinas tiradas por caracoles recorren estos días Copenhague. Dentro de ellas, mil doscientos gerifaltes piensan en luchar contra las emisiones de CO2 que, por cierto, no se sabe si son tan importantes para el calentamiento global. Eso no importa en el fondo. Hay que creer sin ver. Creer después de haber visto es fácil. En eso se basa la fe.

Climategate

Seguramente no se habrán enterado, pero hace unos días que ha ocurrido un asunto que puede ser relevante en el mundo de las ideas que mueven nuestra sociedad. El hecho al que me refiero ha dado en llamarse el ‘Climategate’ y puede ser uno de los escándalos mayores de los últimos tiempos en materia científica y ecológica sobre la extendida idea del Calentamiento Global y el Cambio Climático. Por supuesto, no habrán escuchado nada de este suceso, ocurrido en Inglaterra, porque, al parecer, no nos interesa, ni tiene que interesarnos. Unos piratas informáticos han entrado en los correos electrónicos de unos importantes científicos de un organismo inglés ligado al Panel Internacional del Cambio Climático y han encontrado correos y datos que muestran indicios claros de ocultación y manipulación de registros en la medición de temperaturas para amoldar las mediciones a la hipótesis del calentamiento global causado por el hombre. Imaginen qué desastre, cuantas consejerías, concejalías y cuanto director general trabajando para nada, cobrando para nada. SI investigan un poco la materia, se pueden llegar a escandalizar. Les invito a investigar. Les invito a dudar.

El instituto de investigación del Cambio Climático

Es fácil prometer y es complicado cumplir. Ayer en el senado quedó claro que no tendremos el Instituto del Cambio Climático y que el ministro Blanco no se ha convertido, de la noche a la mañana, en el hada madrina de Cenicienta. La ministra Garmendia se hizo la loca cuando se le preguntó por el instituto del Cambio Climático. En teoría, tendría que  estar preparado para principios de 2010. Sin embargo, sólo tiene un presupuesto de 75.000 euros, la mitad de lo que cantan los niños de San Ildefonso. En fin, ¿Para qué queremos el instituto del Cambio Climático? La verdad es que para poca cosa. Lo que nos interesaba más era mejorar el aeropuerto, pero Blanco ha dicho que no, que ya ha dado bastante por aquí últimamente y que ya vale, que la vaca no da para más. Promesas incumplidas las ha habido siempre y más aquí, pero algunas te dejan con más cara de tonto que otras.