Los artistas aragoneses no existen. No se engañen. Existen los artistas universales. Y ahora voy a decir la gran verdad que aún no hemos superado: la mayoría de los artistas aragoneses lo son porque se fueron de Aragón. Después, vuelven de vez en cuando y reciben palmaditas de los políticos de aquí que pretenden apuntarse el tanto. Para la mentalidad aragonesa, Madrid, la capital de España, está, más o menos, a la misma distancia que Nueva York. Irse a Madrid es hacer las américas en este Aragón provinciano y acomplejado. Muchos artistas se van a la capital a trabajar de camareros y a buscarse la vida en los ratos libres. No puede ser. Estamos a una hora de AVE, aunque cueste un ojo de la cara. O, como mucho, a tres y media si se va en autobús. Además, es más barato y hay parada en el inigualable paisaje zombi de Esteras de Medinaceli. Madrid es un lugar, pero también es un estado mental. Hasta que no traigamos esa mentalidad a Aragón, seguiremos siendo los tonticos del pueblo que se avergüenzan de su acento cuando se juntan con gente de fuera y que organizan festivales de nuevo rico cuando el presupuesto viene cargado. He hablado de artistas, pero, por desgracia, esta tesis es aplicable a muchos otros sectores profesionales. Los políticos, por ejemplo, también van a sacarse el título a Madrid y regresan después a poner orden enviados por sus partidos. Quizá el territorio no sea tan importante. Quizá lo importante sean las personas que lo habitan. Aragón existe si existen los aragoneses. Teruel, lo mismo. Muchas personas, cuando piensan en lo que les dio Aragón en su carrera profesional, solo encuentran esta respuesta: rabia y ganas de irse fuera para demostrar que el talento triunfa y que la mediocridad no es hereditaria, ni necesariamente contagiosa.