Predicción necesaria del contrario

Hemos hablado alguna vez de algunos curiosos mecanismos que mueven a la opinión pública española.  Alguna vez tratamos el “nivel satisfactorio de enfado” y hoy vamos a detenernos en la “predicción necesaria del contrario”.  Si el primer concepto era esa cantidad de cabreo medido que uno busca en las opiniones que no comparte, ahora hablaremos de las suposiciones que uno tiene que hacer sobre la intención de los demás para justificar sus argumentos, a menudo pobres.  Chapoteamos en un argumentario de estribillo fácil. Repetimos ideas de tertulianos. Nos interesa poco profundizar en debates para los que no tenemos tiempo. En este panorama de pobreza intelectual, necesitamos justificar nuestra creencia y lo hacemos señalando al que piensa de modo diferente. Lo ridiculizamos y buscamos  el coro del  grupo de palmeros de turno. Estoy convencido de que frases como “no quiero ni pensar qué pasaría si esto sucediera al revés” o “seguro que hay alguno que ya va diciendo por ahí” les suenan familiares. De hecho, tenemos la curiosa capacidad de formular el pensamiento del contrario antes incluso de escucharlo. Somos adivinos y solemos acertar porque, al igual que Rajoy, somos previsibles. La previsibilidad es un valor aburrido y malicioso que en política suele jugar malas pasadas. No entiendo cómo se puede alardear de semejante majadería. Lo cierto es que ante un hecho concreto que nos saca de nuestras casillas, andamos necesitados de carnaza, de alguien que lo apoye para sacrificarlo en el altar de nuestra ira. Esta actitud ciega la empatía y la posibilidad de un diálogo constructivo. Además, consigue que nos situemos en el extremo del debate, donde ni se escucha ni se piensa ni se razona. Seguro que hay algún tonto por ahí que dice o piensa que no.

La grandeza

No esperaré a que mi amigo el político me llame. No me quedaré en mi metro cuadrado mirándome al ombligo. No diré que voy a hacer gestiones cuando tenga que ir al retrete. No caminaré estirado como si el cuello de mi camisa quemara. No miraré a nadie por encima del hombro. Dedicaré tiempo a decidir lo que pienso en determinados temas. No aceptaré argumentarios. No repetiré las mismas tres ideas durante toda mi vida, las actualizaré y profundizaré en ellas. Quizá renuncie a alguna. No seré un cabrón y rechazaré los ámbitos en los que serlo resulte imprescindible. Trataré de ser rico en tiempo y no en dinero y de ser feliz antes que rico. Trataré de entender a los demás antes de ponerlos verdes. No perderé el tiempo con mediocres. No gastaré ni malvenderé el talento. Intentaré no tener demasiadas servidumbres. No me dedicaré a complacer a los que piensan como yo. Trataré de acercarme a los que piensan distinto y comprender sus puntos de vista. No impondré, propondré. No repetiré en las conversaciones el “qué mal está todo” que ahora está tan de moda. Entenderé que el respeto a los demás comienza por respetarse a uno mismo. Trataré de no quejarme por mí, sino por los que de verdad están fastidiados. No diré tonterías como “los más necesitados” o “los más desfavorecidos”. Llamaré pobres a los pobres y ricos a los ricos. No esperaré a que los políticos solucionen mis problemas. Cuando escuche a alguien decir que ahora es momento de replegar velas o de retirarse a los cuartelillos de invierno y esperar a que pase la tormenta le diré que se equivoca. Cuando escuche eso de que hay que agarrarse como sea al puesto de trabajo y a lo que se tiene, que no está el horno para bollos, cuando vuelva a escuchar el estribillo gris de “conlaqueestacayendo” diré esto: es el momento de buscar la grandeza.

Argumentario

Hay una palabra terrible en el mundo de la política. Escuchen: ‘argumentario’. Se preguntarán qué es eso. Sencillamente, es un documento en el que pone lo que opina el partido sobre algunos asuntos. Los políticos y algunos afiliados no tienen tiempo para pensar por sí mismos unas cuantas cosas. Para eso está el argumentario, para no tener que volverse loco y ver lo que piensa el partido. Lo que piensa uno mismo no es trascendente en el mundo de la política. Pueden ver los argumentarios. Algunos son públicos y tienen mucha gracia. Marcan bien la pauta y suenan a tópico. Hay gente que piensa que los partidos políticos son agentes socializadores llenos de debate interno y de iniciativas. Se equivocan. Los partidos son maquinarias de poder engrasadas para pegar una buena trincada cada cuatro o cada ocho años.