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Una tarde, Superandoni paseaba arriba y abajo por la Gran Via. Iba despistado y metió la bota en la lámina de agua que le han puesto debajo a Fernando el Católico. Mientras se secaba la bota contempló como una joven cíclope se arrojaba a la vía del tranvía y esperaba, pacientemente, la muerte.

-Deberías vivir. Deberías usar los dos ojos para ver. El pelo puede colocarse de otro modo. Uy que viene el tranvía.

Superandoni paró con su fuerza sobrehumana el tranvía y animó a la joven universitaria que, tras una carpeta de ibercaja y un busto generoso, escondía un corazón roto.

-No sufras. La vida merece la pena. Un día te darás cuenta de que Zaragoza es una ciudad bella para vivir. Apunta mi número. Llámame si quieres hablar.

Desde entonces quedan todos los martes en el Bonanza a las ocho de la tarde. La chica está en la bolsa de funcionarios municipales y se acabará sacando la plaza.

 

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