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Lo dijo Amy Martin y creo que tenía razón: necesitamos una víctima semanal, un personaje al que lapidar con nuestro desprecio y al que acusar y criticar en la barra del bar y en el vertedero de odio sin criterio en que se han convertido las llamadas redes sociales. La sociedad y los políticos se prestan fácilmente al juego porque no dan la talla y los medios de comunicación ofician como sacerdotes de la tribu a la hora de presentar la víctima al monstruo deforme y feo de la opinión pública. Todo vale. Nuestros líderes no están a la altura de la situación. Se confirma en cada uno de los casos de corrupción o de presunta corrupción que están aflorando. Es cierto que debe prevalecer la presunción de inocencia y que hay que esperar, pero eso ya no es suficiente cuando se habla del dinero de todos y de la honorabilidad. En los tiempos que corren, un político debe estar preparado para rendir cuentas ante los jueces a velocidad de tortuga y ante los telediarios a velocidad de liebre. No se puede fallar en ninguna de los dos porque, aunque no se pierda la legitimidad, sí se pierde la credibilidad. La comunicación es esencial para el político, pero todavía no se ha dado cuenta. El político español se ha dedicado tradicionalmente a comprar a buen precio la desinformación. Son cuestiones diferentes. Las ruedas de prensa sin preguntas se han convertido en una práctica habitual que debería avergonzarnos. El Gobierno titubea y encaja mal los golpes. La oposición no entiende de grandeza ni de compañerismo y aprovecha el barro para sacar una tajada absurda que no beneficiará al ciudadano. Queremos que salga King Kong todas las noches en la tele con la rubia en su puño. Queremos comprobar la consoladora realidad de que algunos que vivían como reyes ahora están peor que nosotros.

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