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Volvíamos de jugar al fútbol. El semáforo se puso rojo. Miré a mi amigo Diego y le dije «vamos». Había una fila de coches muy larga. Era hora punta. Salimos cada uno por su puerta. Pretendíamos dar la vuelta a mi Renault 12 ranchera matrícula de San Sebastián y volver a entrar. Lo hacíamos mucho y era divertido. La gente se quedaba mirando, a veces pitaban, otras se enfadaban. Nosotros nos reíamos y seguíamos viviendo. Pero esta vez fue diferente.
Salí del asiento del conductor y me dispuse a rodear el coche por la parte delantera. Diego hizo lo mismo. Yo iba agachado y no lo vi. Fue como chocar contra un muro. Me llevé la peor parte. Empecé a sangrar por la nariz como un tocino. El semáforo se puso verde. Bocinas, pitidos, gente gritándonos y una furgoneta en la que iban montados algunos de nuestros compañeros del partido de fútbol y que pasaron a nuestra altura aplaudiendo.
Dentro del coche, había una bolsa de Frutos Secos el Rincón que me sirvió como pañuelo.

 

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