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Hay caladas seductoras, caladas sensuales con ojos cerrados y, también, las hay indiferentes con un triste mascar de chicle. Algunas son tímidas e inocentes, otras, temblorosas, veteranas y adictas. Hay caladas que entran hasta el alma y otras que se quedan revoloteando en la boca. He visto caladas con carmín, con saliva, con dientes y con lengua. Hay caladas estilo Bogart y caladas de puta.
A veces, las caladas hablan y otras, las más, escuchan. Hay caladas telefónicas, asépticas, sin humo, pero con espíritu. Me gustan mucho las que vienen siempre acompañadas de un guiño de ojo inconsciente porque son cómplices y, a veces, amigas. Hay caladas de oficio y a instancia de parte. Hay caladas con vicio, con necesidad, con espera, con nervios y con odio. Hay tantas caladas como personas y, por supuesto, hay caladas de verano y de invierno.
Aún así, si yo fumara, trataría de dejarlo.
A veces, las caladas hablan y otras, las más, escuchan. Hay caladas telefónicas, asépticas, sin humo, pero con espíritu. Me gustan mucho las que vienen siempre acompañadas de un guiño de ojo inconsciente porque son cómplices y, a veces, amigas. Hay caladas de oficio y a instancia de parte. Hay caladas con vicio, con necesidad, con espera, con nervios y con odio. Hay tantas caladas como personas y, por supuesto, hay caladas de verano y de invierno.
Aún así, si yo fumara, trataría de dejarlo.