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Llevo unos cuantos días sacando un montón de maderas a la calle, a la basura. El otro día casi me saco un ojo partiendo una madera que hoy he comprobado que cabía en el ascensor. A lo que iba, mientras sacaba unos cajones y los dejaba en los contenedores –por cierto, cómo afean el paisaje los contenedores, ya hablaremos de desarrollo visual sostenible algún día- me ha dado por pensar que esos cajones sabían mucho de mí y que habíamos pasado grandes momentos juntos y que, si los tiraba, perdería una parte de mí que ya no volvería nunca.
Igual pasa cuando sacamos a la calle la nevera vieja, la tele o el microondas. Dejamos abandonada una parte de nosotros, la sacamos de nuestra vida porque ya no nos sirve.
Así que al llegar al contenedor he mirado los cajones y me ha entrado la pena, me he planteado volver a subirlos a casa, pero después he pensado que, en realidad, sólo son un trozo de madera.
Igual pasa cuando sacamos a la calle la nevera vieja, la tele o el microondas. Dejamos abandonada una parte de nosotros, la sacamos de nuestra vida porque ya no nos sirve.
Así que al llegar al contenedor he mirado los cajones y me ha entrado la pena, me he planteado volver a subirlos a casa, pero después he pensado que, en realidad, sólo son un trozo de madera.