Crisis. Con la que está cayendo. El consumo tiene que crecer para que todo vaya bien. El consumo es un síntoma, no es la enfermedad. Solo hay que fijarse: los escaparates de las tiendas, la posible compra de una casa o de un coche. La gente para. La gente mira y la gente pasa. Pasa de largo porque no es momento de gastar, es momento de guardar para mañana. El empresario lo dice de otra forma, hay que replegar velas y esperar a que pase el temporal. Mientras, el pequeño comercio en su cascarón de nuez sufre y en muchas ocasiones termina por desaparecer. El cliente para, mira y pasa, pero cada vez para y mira menos. El centro comercial de la periferia se lleva la clientela porque ofrece más variedad y mejor precio.
Pasan los días y se van escuchando con mayor frecuencia este tipo de comentarios: “no sé cómo no estamos quejándonos en la calle, haciendo caceroladas o quemando coches”. Lo repite la gente, pero nadie se arranca porque todos tienen más de lo que creen.
Decía hace poco el poeta de Remolinos David Giménez: “Temo que no prendan las revoluciones de lo seco que está todo”. Quizá tenga razón o, tal vez, haya esperanza si nos fijamos en ejemplos como los de Islandia, frío por fuera, caliente por dentro.
Mientras no se demuestre lo contrario, la política no ilusiona. No tenemos los resortes que tienen los americanos para emocionarnos con el discurso del candidato. Tenemos la media sonrisa maliciosa y cenicienta y el plato caliente en casa. Se acerca la campaña electoral con su rutina de siempre, con la foto correcta e intrascendente y el mitin apolillado. Se habla mucho de la confianza y poco de la ilusión. Mientras tanto, los dirigentes locales nos dan sin proponérselo un eslogan para que leamos mientras caminamos a diario mirando al suelo: Para. Mira. Pasa.
Publicada en Heraldo el jueves 23 de marzo.
Genial columna!