Fernando Simón en la cola del pan

Me encuentro a Fernando Simón en la cola de la panadería. “Vaya tute has llevado”, le digo. “Calla, calla. No me hagas hablar. Me han convertido en la bola del péndulo. Unos me han utilizado de parapeto y otros de saco de boxeo. No sé si me podré ir de vacaciones. Además, suelo ir a Caspe y ya sabes que por ahí hay jaleo”. Asiento. Veo que se están agotando las barras de pan gallego. Él va delante. A ver qué pide. “Oye, Fernando, he leído cinco definiciones de política y cumples todas. Quizá te han utilizado de escudo, como dices, para no salir ellos a explicar algunas cosas. ¿No te has sentido utilizado?”. Se lo piensa, sube las cejas, se ajusta la mascarilla y me dice: “Sí, la verdad. Empecé con argumentos científicos, pero había preguntas que se escapaban de mi alcance. No es fácil acertar cuando tienes que hablar tanto. También me siento maltratado por otros, la verdad”. Veo que se acaba el pan gallego. Mi siguiente opción es una baguette. Sigo preguntando: “¿Te va a tocar salir a decir cuánta gente se ha muerto de verdad antes del día del homenaje? Creo que estaría bien. Lo del accidente grande no se entendió”. Fernando pone cara de impotencia y de cierta incomodidad. “Eso tampoco es sencillo. No estoy seguro”. Se agota el pan gallego. Fernando me dice: “Sólo nos queda el pan congelado”. “Como los datos de las últimas semanas”, le digo. Fernando sonríe amable y se marcha, como los recién nacidos, con un pan debajo del brazo.

Emilia

Emilia nos manda un mensaje de despedida porque seguramente no podrá volver más a su puesto de trabajo. Era su último año antes de jubilarse y nos da las gracias por haber sido unos buenos compañeros de aventura. Emilia ha sido Comandante en Jefe, Directora General, Directora ejecutiva y otros muchos cargos que le he ido poniendo durante estos últimos años. “¡A ver qué cargo me toca hoy!”, decía cuando me veía aparecer por la escalera. Emilia era la sonrisa que te encontrabas al llegar y la buena palabra que te decía adiós al salir. Siempre tuvo una mano especial para tratar con los alumnos. Era como una madre para ellos. Tenaz, persistente y siempre atenta a los pequeños detalles, Emilia me perseguía año tras año hasta que le mandaba todos los apuntes y las planificaciones. Era mejor mandarlo rápido o el peso de su ley caía sobre ti. Aunque la conocí hace unos pocos años, me la imagino aprendiendo década tras década, reciclando su formación, peleando con los ordenadores, internet y las máquinas. La veo luchando siempre, elegante, fuerte, digna y alegre, con las penas que todos tenemos dentro bien colocadas en su sitio. Como ella, tantas personas que han sido la cara de oficinas, centros de estudio o administraciones se merecen un enorme agradecimiento y una digna despedida que no hay que dejar pasar. En su mensaje, Emilia dice, entre otras cosas, que tiene una estatura pequeña. Se me hace raro leerlo, yo siempre la vi gigante.

La pandemia del Coronavirus no ha tenido lugar

¿Se puede comparar una pandemia con una guerra?  ¿Puede la propaganda bélica ofrecer soluciones al poder en tiempos de cuarentena?  ¿Es posible profundizar algo más en esta comparación? Una relectura del ensayo de Jean Baudrillard «La Guerra del Golfo no ha tenido lugar», escrito en 1990, invita a hacer algunas reflexiones al respecto. El paralelismo con la pandemia del coronavirus es asombroso.

Beso en el muro de berlín
Travant ante el muro. Peter Dargatz

En el libro “El club de lectura de David Bowie”, John O´Conell habla sobre la idea de una guerra maquillada de la que no se ve prácticamente nada: “la cobertura mediática de la guerra era tan estilizada que causaba la impresión en los espectadores de que la batalla no era real, sino un mero simulacro”. El autor relaciona este mensaje con Brian Eno y explica cómo este conocido productor musical influyó con sus ideas en la espectacular gira ZooTV del grupo irlandés U2. El ensayo de Jean Baudrillard “La guerra del Golfo no ha tenido lugar” parece ser una inspiración clara de toda la maquinaria ideológica que Eno y los miembros de la banda irlandesa pasearon con éxito por el mundo y que, quizá, no se haya superado todavía en cuanto a interés y profundidad en el mensaje sobre un escenario de rock. Así como la guerra del Golfo «no tuvo lugar», es posible que la pandemia del Coronavirus tampoco haya existido o que algunos poderes se hayan afanado en que lo que ha sucedido, haya pasado del modo más inadvertido posible.

Jean Baudrillard nació en Reims en 1929. Fue un filósofo, sociólogo y crítico, sobre todo, de la cultura francesa y europea. Entre sus obras  destacan “Olvidar a Foucault” o  “El intercambio imposible”. “La  guerra del Golfo no ha tenido lugar” es un ensayo publicado por Anagrama en 1991 y está compuesto por tres artículos largos que se aparecieron en Libération en enero, febrero y marzo de 1991 y que tenían estos tres títulos diferentes: “La guerra del Golfo no tendrá lugar”, “¿Está teniendo lugar realmente la Guerra del Golfo?” y “La guerra del Golfo no ha tenido lugar”. Su lectura, en el contexto actual, impresiona. Resulta esclarecedora y pide, desde la primera página hasta la última, una comparación con lo vivido durante la pandemia del coronavirus en el año  2020 en España.

El lenguaje belicista utilizado por el presidente Pedro Sánchez en sus comparecencias de las primeras semanas de abril nos pone en bandeja la comparación con la mencionada obra de Baudrillard. ¿Por qué decide el equipo de asesores de Sánchez utilizar en sus  discursos palabras como “guerra”, “posguerra”,  “enemigo mortal”, “vencer” y otras tantas que provocaron, entre otras reacciones, un notable aluvión de críticas? El análisis del abogado experto en retórica jurídica Martín Ovejero o la columna de opinión en El País de Nuria Labari titulada «Coronavirus: Esto no es una guerra» son dos documentos esclarecedores que ponen sobre aviso al espectador.

Rehenes

En el primero de los tres artículos mencionados, Baudrillard habla de la no guerra, que se caracteriza por “una forma degenerada basada en la manipulación y la negociación de los rehenes”. El análisis sobre la figura del prisionero al que se le pone un precio tiene un interés enorme, ya que muestra algunos paralelismos con lo que ha sucedido en el proceso de confinamiento: “El rehén ha ocupado el espacio del guerrero. Se ha vuelto su personaje principal, el protagonista del simulacro, el protagonista de la no guerra. Los guerreros se entierran en el desierto, únicamente los rehenes ocupan el escenario, incluidos todos nosotros  como rehenes de la información en el escenario mundial de los medios de comunicación”.

En este caso, el guerrero es el médico, que trabaja a destajo, muere cuando tiene que morir y calla cuando tiene que callar. El secreto profesional y la honestidad radical del médico son el salvavidas del político y del mando intermedio que dio órdenes vergonzantes y que llamó alarmistas a los facultativos que tomaban medidas previas al ser conscientes de lo que iba a suceder. El médico es carne de cañón y el pago de su silencio se efectúa en aplausos a las ocho de la tarde, unos aplausos que no ha pedido.  El ciudadano, por lo general, también calla y prefiere dedicar su esfuerzo a practicar una supervivencia festiva. Así lo expone Baudrillard:  “Pasar a la acción. Por lo general está mal visto: correspondería a un levantamiento brutal de la inhibición, y por lo tanto a un proceso psicótico. A la catástrofe de lo real preferimos el exilio de lo virtual, cuyo espejo universal es la televisión”.

EFE/ Brais Lorenzo.

El confinado admite sin duda una comparación con esta figura de rehén informativo. Durante la pandemia, no hemos visto la muerte, el poder político se ha encargado de ocultarla. Hemos visto otra cosa: una constante presencia de teóricos y consejeros que nos anunciaban cómo debía ser nuestra vida, un arresto colectivo en el que podríamos hacer actividades, una solidaridad común, un cierto divertimento que nos ha ayudado a ir superando el día a día, mientras en la calle pasaban las ambulancias. Ha habido también un desfile de profetas que nos han avisado de que todo iba a cambiar en el sentido sanitario, laboral, empresarial o incluso en la misma forma de vida. Algunas opiniones sobre el cambio de modelo productivo, la llegada del teletrabajo o las nuevas costumbres higiénicas que deberemos adoptar nos avisan de que quizá el mundo haya mutado para siempre.

No hemos visto la muerte. Ha habido polémicas gratuitas y estériles -hijas quizá de un corporativismo periodístico que no importa nada al ciudadano- por mostrar un muerto en una portada o una simulación de  una fotografía con ataúdes colocados ordenadamente en la Gran Vía de Madrid. Se han enseñado cajas de muerto de cartón que se utilizaban en Estados Unidos, pero apenas hemos visto las de aquí. El artículo «Los muertos invisibles; censura en la pandemia» de El Independiente explica con detalle hasta dónde ha llegado la censura. No hemos visto el duelo. El Gobierno también ha hecho esfuerzos importantes por ocultarlo mientras la crisis estuvo en marcha.  Así lo dice Baudrillard: “Nada que hubiera podido metamorfosear las cosas en duelo se ha producido”. El  artículo mencionado en el que participan importantes representantes españoles del fotoperiodismo y del reporterismo de guerra comienza con este párrafo perturbador:

«No hay imágenes de fotoperiodistas en hospitales colapsados con enfermos durmiendo en butacas dentro de gimnasios reconvertidos en urgencias, no había fotógrafos para registrar el caos de las residencias y no se quería que se fotografiara la muerte que es, exactamente, lo que ha traído al país el coronavirus en los últimos meses».

Judith Prat, Manu Brabo o Gervasio Sánchez denuncian en este artículo la prohibición expresa de entrar en determinados lugares a documentar lo que ha sucedido. Así lo dice el periodista aragonés: «Yo no estoy diciendo que hubiera que fotografiar muertos, sino documentar una pandemia que cuadriplica el número de muertos del cerco de Sarajevo».

Además de la prensa, las televisiones y radios han tenido un papel complejo. La única realidad es que no hemos visto imágenes claras de lo que estaba pasando en hospitales, residencias y centros de Salud. La CNN en Español ofreció algunos vídeos a través de su canal de youtube en los que se podía ver cómo funcionaba alguna UVI. Estos vídeos grabados en una UCI del hospital del Mar en Barcelona, han contado con una difusión relativamente baja para la trascendencia que podrían haber tenido.

Al hablar de la guerra del Golfo, Baudrillard describe cómo el sistema de información logra una fórmula de disolución del hecho real, que se va difuminando hasta convertirse más en un debate y en un enfrentamiento que en un dato objetivo: “La información en tiempo real se sitúa en un espacio completamente irreal, que muestra por fin la imagen de la televisión pura, inútil, instantánea, en la que se pone de manifiesto su función primordial , que consiste en llenar el vacío, en colmar el agujero de la pantalla del televisor a través del cual se esfuma la sustancia del acontecimiento”.

 

Campaña electoral

Toda guerra lleva un aparato de propaganda. La información es necesaria para vencer. Tras analizar la actitud de la mayor parte de los partidos políticos españoles, nos queda la idea de haber estado inmersos en una gran campaña electoral. La muerte se convierte en moneda de cambio de una militancia ciega. La comparación con el ensayo de Baudrillard sigue siendo asombrosa:  “Sometidos al simulacro de la guerra como a un arresto domiciliario, ya somos todos, in situ, rehenes estratégicos: nuestra posición es el televisor, donde virtualmente nos bombardean a diario, mientras seguimos cumpliendo diariamente con nuestra función de valor de cambio“. Somos votantes. Nuestra toma de posición respecto a la gestión de la pandemia-guerra es lo que interesa al gobernante y al candidato a político. Y es muy probable que le interese más eso en general que las vidas que se van perdiendo en particular. La sensación de unidad se ha diluido rápidamente y unos se han esforzado en conservar el poder y otros en arañar lo que han podido.

REUTERS.

La propaganda se intensifica y se mezcla con la publicidad. No es fácil separarlas. Baudrillard la considera un parásito: “La publicidad  es, de toda nuestra cultura, la especie parasitaria más resistente. Sobreviviría a una confrontación nuclear. Es nuestro juicio final.” En este contexto, el ciudadano se encuentra con el hecho irrefutable de que el día 25 de mayo el Gobierno compra la publicidad de todos los periódicos del país para lanzar su mensaje propagandístico. La fotografía de todas las portadas de las principales cabeceras juntas con el mismo mensaje es dura y habla por sí misma. Un confidencial del medio digital Hispanidad lo califica como «una compra del Gobierno a la prensa (bueno, a los editores)», señalando a los empresarios que están detrás de la empresa de comunicación y tratando de exculpar, en cierto modo, a los profesionales de la comunicación. El coste de la campaña fue de cinco millones de euros. Sobre el mensaje «salimos más fuertes» se ha hablado mucho, pero no parece desde luego el más acertado. Hay que llenar la actualidad de mensajes para que la idea central y el suceso principal caduquen: «El acontecimiento real ya ha  quedado superado porque su crédito imaginario se ha agotado”.

La polarización lo acapara todo. Los políticos se encierran en su trinchera. Como ejemplo, sirve lo sucedido el pasado día 24 de junio cuando la Vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, tiene un lapsus en el que manifiesta que la «credibilidad del Gobierno nunca ha existido» y los miembros de los grupos políticos que la respaldan aplauden sin concesiones. Es la idiotez aplaudida, como si un regidor de un mal programa de televisión levantara el cartel de los aplausos. Por otro lado, los periodistas son juzgados y etiquetados por sus opiniones. Estás a favor o estás en contra. Algunos profesionales de la información miran hacia otro lado. Tendrían el Watergate en la mesa y pensarían si beneficia o perjudica a los suyos. En ese sentido, todo está perdido. El ciudadano activo vuelca su frustración en las redes sociales y saca de ellas odio y desasosiego. Pocas veces encuentra alguna solución. Busca opiniones que lo anestesien y otras que lo azucen. El uso de la bandera española vuelve a polarizarse de un modo absurdo. Algunos la utilizan para una reivindicación civil, que poco tiene que ver con la unidad nacional o con alguna causa común encomiable y otros la descalifican y la siguen ligando a antiguas fórmulas totalitarias. Nada nuevo.

 

Portadas de la prensa el 24 de junio de 2020.

Ante un hecho de dimensiones desconocidas como una pandemia, el sistema invita a que cada uno se engañe en la dirección que más le interesa. Es la polarización gratuita y urgente. Es importante generar un discurso que satisfaga a tu clientela, aunque la verdad sea otra. ”La producción de engañifas se ha convertido en un sector importante de la industria bélica, como los placebos se han convertido en un sector importante de la industria médica, como la falsificación se ha convertido en un sector floreciente de la industria del arte, por no hablar de la información, que se ha convertido en un sector prioritario de la industria a secas, todo indica que estamos entrando en un mundo de decepción, donde toda una cultura se dedica alegremente a la fabricación de su falsificación. Esto significa que ya no se hace muchas ilusiones respecto a si misma”. En este sentido, la factoría de ficciones de uno y otro bando se apresura en elaborar un discurso convincente para lo propio y agresivo para lo ajeno. Así define Baudrillard esta situación en el caso de la Guerra del Golfo y el paralelismo resulta sorprendente: ”Son incapaces de imaginarse al otro y no pueden hacerle personalmente la guerra, le hacen la guerra a la alteridad del otro. Lo que pretenden es reducir esa alteridad, convertirla o si no, aniquilarla”.

El lenguaje se convierte también en un particular campo de batalla. El Gobernador se erige en improvisado creador de términos y arroja hacia los medios de comunicación palabras nuevas, recicladas o inventadas, para que la «nueva realidad» se adapte a su voluntad. El periodista, rara vez analiza, como mucho utiliza unas comillas neutrales. Los rehenes, en una suerte de hipnosis colectiva, proceden a repetir las palabras que el gobernante le sugiere para sentirse seguros dentro de una realidad que cambia. La expresión «nueva normalidad» pasa de sonar a consigna de secta de una mala película de serie B a aparecer en los titulares de la prensa. El rehén es débil, manipulable e incapaz de decidir nada por sus propios medios. Necesita del sistema hasta para saber cuándo puede sacar la basura.

Frente a esta indefensión del ciudadano, surgen algunos antihéroes que predican en las redes sociales posibles soluciones y que dan una información o incluso un pronóstico certero de lo que sucederá. Sus propuestas quedan en el eco y en el engaño de la repetición y del supuesto incendio de la red social. El poder no los mira, la prensa de masas no los escucha. Son empresarios de éxito que ganan cien veces más que el presidente. Son los políticos que no nos podemos permitir mostrando un camino de eficacia que nadie quiere seguir porque esta guerra es otra, la de la mediocridad.

Un instrumento político

Baudrillard recupera la definición de Clausewitz sobre el conflicto armado:  “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”. Para algunos líderes políticos, esta pandemia ha sido también un verdadero instrumento político y una continuación de las relaciones políticas. Las reivindicaciones de Pablo Iglesias, por ejemplo, en los primeros días de pandemia, su anuncio a través de Twitter de la posibilidad de expropiación de bienes, así como sus movimientos para tener mayor peso en la seguridad nacional así lo demuestran y dejan claro que el vicepresidente ha visto en todo momento en la pandemia un instrumento político de primer orden. Otros partidos de la oposición han utilizado también la pandemia como instrumento político. Situados lejos de la gestión, en el plano de la teoría, han chapoteado en una falsa indignación incapaz de proponer soluciones. Se dan situaciones insólitas como el hecho de que el alcalde de una ciudad como Madrid, aclamado por gente de cualquier ideología, se erija en líder virtual de la oposición.

Resulta muy llamativo el paralelismo que ofrece la consideración de Baudrillard sobre el papel de los militares: ¨los generales también agotan su inteligencia artificial a fuerza de corregir sus guiones, de pulir su guerra, llegando incluso a veces a perder el  texto tras un error de manipulación». Parece un calco de lo sucedido al general Santiago, Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil quién llegó a decir en rueda de prensa el día 19 de abril que la Guardia Civil trabaja para «minimizar» las críticas al Gobierno.

Dimitri Svetsikas.

El exceso de presencia de los políticos en los medios de comunicación, la sobreexposición del representante del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad y su politización manifiesta o la presencia de militares en las ruedas de prensa han dejado claro que la batalla del discurso y del mensaje es la principal prioridad, muy por encima de las víctimas, que se han convertido en una parte más de la guerra. Así define Baudrillard el papel de los políticos y los militares en la guerra del Golfo y el paralelismo sigue asustando: «No hay más que verles deshaciéndose en explicaciones, prodigándose en justificaciones, perdiéndose en matizaciones técnicas o en la deontología de una guerra pura, electrónica, sin chapuzas. Quienes hablan son unos estetas, que van aplazando el vencimiento hasta lo interminable y la decisión hasta lo indecible”. La definición de esteta resulta especialmente interesante en el caso del Presidente del Gobierno y del responsable del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias, Fernando Simón, quien se ha convertido en un icono para un bando y en un despojo para otro y que ha sido, por cierto, incapaz de ofrecer una cifra total de víctimas debido a los múltiples cambios en el modo de contar los fallecidos. Simón ha llegado a afirmar en una entrevista para El País que el número de víctimas no es lo importante: «¿Qué más da una cifra más alta o más baja?» Hemos visto camisetas con su cara, fotografías en las que aparece montado en moto como un héroe posmoderno y un fenómeno de adhesión y justificación del error de previsión como si fuera un asunto menor. El primer ministro de Suecia dice que su gobierno no hizo lo suficiente y pide perdón. Aquí es diferente. El día 25 de junio, el Congreso de los Diputados rechaza una proposición no de ley para auditar en número real de muertos. No importa. No ha sucedido. Qué más da el número. Desde el Gobierno se afirma sin rubor que se han salvado más de cuatrocientas mil vidas.

La pandemia del Coronavirus no ha tenido lugar.

Ya nos podemos ir de vacaciones.

Defender la democracia

Es el momento de defender la democracia. No vamos a salir más fuertes, diga lo que diga la propaganda. Para empezar, somos menos y va a ser difícil contar a los que faltan. No saber o no poder contar las bajas no nos hace más fuertes. Nos debilita y nos quita credibilidad. La aparición del virus no es culpa de nadie. La gestión, sí. Protestar es legítimo. Protestar no es de pijos. La estética no es la ética, aunque nos lo quieran vender así. Basta ya de brochazos. La autocrítica es necesaria. El que no haga autocrítica en un momento como este ya no la hará nunca y la definición de su personalidad se resume en dos palabras: fanático e irresponsable. Nuestros políticos dedican más tiempo a justificar sus vidas pasadas y a permanecer en el poder que a gestionar. ¿Desde cuándo mentir tanto es gratis? ¿Desde cuándo la incoherencia vital no importa en política? Es el momento de defendernos de nosotros mismos. La trinchera no es un buen sitio desde el que observar. Se ve poco y se ve mal. Hay fuego cruzado. Todo se justifica. Necesitamos gente más preparada, más vocaciones de servicio político real. Si no saben ponerse de acuerdo en un momento como este, no son aptos para el cargo. Acción, reacción. Los extremos se tocan y la ley del péndulo se cumple. Se puede ser reactivo en la oposición, pero no cuando estás en el poder. Quizá no sea un problema de banderas, ni de ideologías. Quizá sólo sea una cuestión de humanidad y de categoría personal.

Hablar con niños: ideas para comunicarte con ellos

Siempre se me ha dado bien hablar con los niños. He tenido facilidad  para relacionarme con ellos y ser uno más en su mundo. Desde que soy padre, he ido dejando esta capacidad un poco aparcada para ejercer la paternidad con la distancia justa. De hecho, me he forzado para dejar de ser tan majo con los hijos de los demás en muchas ocasiones por respeto a mis hijos y para no resultar pesado. Quizá por ese motivo, me ha apetecido compartir esta reflexión.

He leído algunos artículos interesantes que afrontan este asunto desde el punto de vista formal. Me gusta este del blog Cuentos para crecer en el que se explican estrategias de comunicación positiva basadas en la mirada, los gestos y algunas actitudes. El blog de Consumer tienen un buen artículo con diez consejos para hablar con el niño más orientados a la funcionalidad y que tienen algo de entrenamiento gimnástico. También es muy bueno y tiene que ver algo con lo que expongo aquí, este artículo titulado «5 trucos infalibles para que tu hijo hable contigo cada día» publicado en el blog Sapos y Princesas de El Mundo.

Con el paso del tiempo, he visto que siempre utilicé una serie de conductas de un modo inconsciente cuando me relacioné con niños de diversas edades. Tras pensar un poco, he conseguido condensarlos en una lista de diez ideas. Creo que están basados en el sentido común y que, por otro lado, no son nada del otro mundo. Sin embargo, también pienso que algunos de ellos no se utilizan demasiado, por desgracia. Puede que sirvan para mejorar a la hora de hablar con niños en general o para hablar con tus hijos en particular. En este artículo, cabrían los niños desde un año hasta la adolescencia, aunque el sentido común diría que sirven para cualquier persona. Seguro que te sirve alguno:

hablar con niños

1. Empieza tú. Cuéntales algo. 

Una norma no escrita dice que las conversaciones con niños son una especie de interrogatorio en los que el pequeño se defiende con monosílabos. No tiene sentido. No es un «trato» justo. Si quieres entablar una conversación de confianza con alguien, deberás presentarte o explicar lo que necesitas. Con un niño es lo mismo: debes contar algo que te importe. Debes abrirte y darle confianza. En el caso de los padres esto es esencial.

Ejemplo: Al salir del colegio. Si repetimos todos los días de nuestra vida la pregunta «¿qué tal en el cole?» la respuesta será la que nos merecemos: la indiferencia o un monosílabo. No es una buena pregunta. Deberíamos contar algo nosotros sobre cómo nos ha ido el día y ver lo que pasa. Funciona de maravilla. Haz la prueba. 

El sociólogo Javier López Clemente afirma que las raíces son fundamentales. Es muy importante contarles a los niños de dónde vienen. Las historias familiares les interesan más de lo que te imaginas. También, sus fotografías son importantes para ellos. Intenta guardarlas y enseñárselas de vez en cuando, aunque no haya pasado mucho tiempo. Las fotografías en papel son también fascinantes para los niños. Es una costumbre que puede ser muy útil.

2. No hagas un cuestionario. Es absurdo. 

No tiene ningún sentido hacer un cuestionario a los niños cuando se quiere dialogar con ellos. En realidad, el objetivo de las preguntas no suele ser sacar una información especialmente valiosa, sino llegar a un punto de confianza en el que se pueda estar a gusto.  Si no se hace con los adultos, ¿por qué lo hacemos con los niños? Muy sencillo: por torpeza e ignorancia. A nadie le gustan los cuestionarios inquisitoriales.

Ejemplo: una llamada de teléfono a un sobrino o a un ahijado en el día de su cumpleaños. «¿Qué te han regalado?» ,»¿cuántos cumples?»,  «¿te sientes muy mayor?» Todas las respuestas a este tipo de preguntas serán infumables casi con total seguridad. Sería interesante contarle lo que hicimos nosotros cuando cumplimos esos años. Además, será un buen «regalo» confiarle esa experiencia. El niño se sentirá bien al recibir una información tan especial.

3. Haz una pregunta o dos más allá de lo evidente. 

Lleva trabajo, pero merece la pena. El niño se sentirá valorado si al comenzar la conversación le preguntas por algo más avanzado de lo que se espera. Interésate por algo que esté haciendo en ese momento y sube un par de peldaños.

Ejemplo: tu hijo tiene examen de matemáticas.
El nivel uno de pregunta sería: «¿qué tal en el cole?» Merece el silencio.
El nivel dos sería: «¿qué tal el examen?» Merecería un lacónico «bien».
El nivel tres, donde empiezas a hacer una pregunta digna, sería: «¿Te han puesto restas llevando?»
El nivel cuatro sería, por ejemplo: «¿Has acabado de los primeros?»
Y el nivel cinco podría ser algo así: «¿A que adivino todo lo que te han preguntado?» Te metes en un jardín enorme que seguro que interesa al pequeño. A ver cómo sales. Será el modo de conseguir que tu interlocutor comience a hablar. Conseguirás hablar con niños de un modo más natural. 

4. Haz un comentario positivo sobre su aspecto. 

Aunque no te lo parezca, en general, la autoestima de una persona pequeña es frágil. Su día a día está totalmente sometida a correcciones. Imagina cómo te sientes tú cuando alguien que te quiere te sugiere que te quites un pelo que se asoma por la nariz. Como dice mi tía Luisa, los niños reciben reconvenciones de ese tipo constantemente. Son comentarios bienintencionados, por supuesto, pero lo cierto es que se les corrige sin parar: «no grites», «límpiate los mocos», «calla», «duérmete ya», «cómete el pescado», «átate la zapatilla», etc.

Un comentario positivo sencillo es algo que un niño agradece mucho, aunque en un primer momento no lo exprese. Es sencillo y muy humano. Si alguien te dice algo agradable, tu percepción de esa persona mejora. No hace falta mentir, ni ser un fariseo. Siempre hay algo positivo que decir. Conviene ser creativo y no decir lo de siempre (¡qué ojazos!)

Ejemplo: Te quedan bien esas zapatillas. Yo tengo una camiseta como esa.

5. Hay una persona que  te trataba siempre bien cuando eras niño

Podría ser un tío, una amiga de tus padres, el portero de casa o una profesora. Te hacía sentir normal, te trataba como a un adulto y te daba un tiempo para expresarte. Las historias que te contaba eran interesantes, maravillosas y tenían siempre algo divertido. Te miraba como si fueras alguien como él. Dedica un tiempo a recordar qué tenía de especial esa persona. Después, puedes imitar algunas de sus acciones.

Ejemplo: Mi tío Julián me hablaba como si fuera un amigo suyo. Él tenía setenta años y yo diez. Un día, en un entierro, me dijo que llevaba siempre dos tipos de calzoncillos a la vez: slip y marianos porque se complementaban a la perfección. Tenía una gran capacidad para hablar con niños. 

6. Escucha. Utiliza la memoria. Esfuérzate. 

Escuchar es fundamental. Haz caso. Pon interés. Si desconoces el nombre de sus mejores amigos, es tu culpa. Deberías conocerlo. Si no sabes qué es lo que le gusta y no le gusta en la comida, es tu culpa. Deberías conocerlo. Si no guardas una memoria paralela de eventos importantes en su vida, es tu culpa. Deberías hacerlo. Si tienes poca memoria, utiliza una agenda. Punto.

Cuando alguien de confianza le pregunta algo a tu hijo y tú estás presente, no respondas por él. No eres su representante. Tu misión es desaparecer. Seguramente, cuanto más te desentiendas de la conversación, más hablará. Puedes y debes echar oreja disimuladamente para ver qué le preguntan y qué dice, lógicamente. La clave está en acertar con la distancia.

7. Desafía la realidad

Existe un punto de desconexión enorme entre los niños y los adultos: el pacto de sangre con la realidad. Cuando te vas haciendo mayor, negocias con la realidad y acabas siendo un siervo de ella. Los niños, en cambio, no tienen ese pacto firmado todavía. La realidad y la ficción suelen estar en el mismo plano en la mente de una persona en edad infantil. Tienes que entender eso y desafiarlo para saber hablar con niños. Los dibujos animados lo hacen. ¿Por qué no puedes hacerlo tú? En las conversaciones con los niños, deberías poder hablar de asuntos irreales que pongan a prueba su capacidad de entendimiento. En eso, los niños te darán una lección. Seguro que aprendes.

Ejemplo: «Mañana por la tele echan un concurso de comer salchichas y os he apuntado. Tenéis que estar preparados para comer unas cien. ¿Puedo confiar en vosotros?». Y deja que surja la magia. 

8. No le trates como a un idiota. Es una persona como tú. 

«Cuánto has crecido», «qué ojazos», «dale un beso a la tía», «se te ha comido la lengua el gato» y demás tonterías son frases que te descalifican automáticamente en este complejo concurso para hablar con niños. Lo estás tratando como si fuera idiota y sus capacidades de percepción estuvieran algo menguadas. Lo nota. Estás fuera.

«Me gusta ese tutú, ¿me lo puedo probar?», «¿has metido un gol de chilena?», «¿sabes quién fue Marie Curie?» son frases más interesantes que se pueden utilizar como saludo en contextos concretos, de igual a igual. Parecen el principio de algo divertido.

9. Sorprende. Sé divertido. 

Los niños son muy permeables a las sorpresas. También les gusta divertirse y no son nada exigentes si se les propone cualquier actividad con un mínimo de animación. Hay que tener la capacidad de estimular y eso tiene mucha relación con la capacidad de observar. Hablar con niños es fácil si te fijas un poco en su manera de ser.

 

10. Habla con el adulto que el niño será. 

El tiempo es relativo. Tu hijo quizá algún día te ponga un pañal. Si miras la vida como el lapso, más o menos rápido que es, verás que la persona de tu hijo y la tuya están muy unidas en el tiempo. De vez en cuando, es interesante hablar con el adulto que tu hijo será y explicarle las cosas de igual a igual. No lo entenderá en el momento, lo entenderá cuando sea preciso, pero lo sabrá valorar ahora si sabes cómo hacerlo.

 

El pijo y la identidad

Ser pijo es una vocación. No puede serlo cualquiera. No es fácil ser un buen pijo. Una vez, me disfracé  de pijo con mi amigo Daniel. Habíamos tenido un disgusto compartido, una mala noticia. Estábamos sentados en la calle, apoyados en la valla de uno de esos túneles urbanos que hay en las ciudades y nos dimos cuenta de que necesitábamos salir de esa mala situación. Se nos ocurrió disfrazarnos de pijos recalcitrantes: gomina, jersey, camisas de nuestros padres y unos mocasines infames. No me pregunten por la relación causa efecto. Era un sábado. Salimos a la calle. Fue muy duro. Ser pijo requiere personalidad y mucho aguante. Nos dijeron de todo, nos silbaron y nos insultaron. Después, fuimos a una casa a la que nos habían invitado y tuvimos que justificarnos hasta la saciedad, aunque nuestra apariencia no tenía mucha explicación.

El pijo tiene perdida la batalla de la identidad. No tiene -no puede tenerla- conciencia de clase y, por lo tanto, tampoco suele tener un orgullo pijo en sí mismo. Si lo tiene, lo guarda para su familia o su entorno más cercano. Esto deriva en un complejo que sobrevuela la vida del pijo y ante el que le resulta muy complicado rebelarse. La rebeldía es una empresa compleja para el pijo. A veces, incluso cuando la practica, termina más en aberración que en dignidad. El pijo más grande que he conocido llevaba rastas y se creía muy original. En cuanto sale de su círculo, el pijo suele ser el blanco de todas las críticas y tiene que callar porque es muy probable que muchas de las afirmaciones que va a escuchar  sean ciertas.

Existen muchas definiciones de pijo. Me gusta esta de Alberto Soler en su artículo «El pijo ¿nace o se hace?» : «La sociología consensua que los pijos son unos elementos singulares, elitistas, por lo general urbanitas, ególatras, satisfechos con su imagen y con un ego reforzado por la fortuna familiar».  Este otro artículo sobre diez rasgos del pijo de los ochenta es también una joya: jersey al hombro, gomina, chaqueta austriaca, etc. Pero, sin duda, el trabajo de Karine Tinat «Pijos/as. Una cultura juvenil de identidad social fluctuante» es una de las referencias más serias y profundas. Se puede encontrar en el libro «Juventud y publicidad: aspectos teóricos sobre el concepto social de juventud y su estudio desde la disciplina publicitaria» y es una descripción  etnográfica precisa en la que se analiza la terrirorialidad, la identidad narrativa y los valores ideológicos y morales.

Desde mi punto de vista, un pijo es alguien que se preocupa más del tener que el ser y es alguien, además, profundamente inculto. El pijo tiene poco interés por saber aunque, de vez en cuando, lo finge. También,  tiene una cierta tendencia a la uniformidad, a la emulación y al utilitarismo. No solo en el vestir, también en la forma de hablar, de peinarse, de pensar y de moverse. Aunque no lo manifiesta, cree que debe amar algunas cosas y odiar otras y suele cumplir. El pijo no se sale del molde con facilidad. El pijo se pregunta qué color combina con rojo y qué color combina con rosa, no se pregunta qué color combina con negro. Eso jamás. 

Decía el profesor Manuel Ramírez que lo mejor de la burguesía son sus hijas. Decía Cela, en una entrevista antológica con Soler Serrano, en la que, entre otras muchas cosas, explica por qué se comió un grillo, que las pijas -él las llama cursis– son muy agradecidas. La conocida canción de la Costa Brava «Adoro a la pijas de mi ciudad» profundiza en esta tesis: una pija -con perdón- tiene, quizá,  más indulgencia que un pijo.

Uno de los fenómenos musicales del pasado verano fue el grupo Carolina Durante con su canción «Cayetano«, una descarga energética que se canta a berridos y que retrata con atino a un pijo de alto nivel. Seguí de cerca el proceso porque el grupo me gustaba  y comprobé lo siguiente: la cuña de la misma madera es siempre la que mejor funciona y la redención empieza por quitarse importancia y saber reírse de uno mismo. Este fenómeno también me ha ayudado a descubrir una realidad inevitable: los extremos se tocan. Algunos odiadores oficiales de pijos terminan siendo muy parecidos a ellos. La misma mierda.

 

 

 

Profesores a distancia

Profesores a distancia

Sabíamos que eran profesionales, que tenían una vocación especial y que la distancia no les iba a frenar. Simplemente, lo hemos confirmado. Begoña ha aprendido a manejar programas para hacer videoconferencias. Y además, esto sí que roza lo heroico, ha entrado en el grupo de WhatsApp de la clase para ayudar aún más. Pepe escribe cuentos muy brillantes por correo electrónico y se los manda a todos los profesores para que los lean a sus clases. Mi favorito es “El hipnotizador de Zapatos”. Los profesores de educación física se ponen el chándal y se tiran por los suelos de sus casas para explicar los ejercicios y subirlos a la red. Los miembros del equipo directivo se graban bailando. Jose, Ana y Virginia llevan la batuta de la clase de los mayores con solvencia. Son referentes y se comportan como tales. Begoña, la madre encargada del curso, hace muy bien de traductora y de vigilante de “la plataforma”, ese espacio de internet lleno de sorpresas y rincones. Fernando anima el cotarro con retos. Pero no estamos de fiesta. A algunas como Marta o Esther les toca la peor suerte en estos días y nos dan ejemplo de entereza e integridad, de lucha y misericordia. En esta distancia parece que nos damos cuenta de que somos algo más que un grupo de gente que va al mismo sitio. Sentimos un dolor común y una misma esperanza. Enseñar no es solo dar clase. Es dar la vida. Gracias, profesores.