Ya que esto que están leyendo es un periódico, me voy a permitir contarles un secreto que solo conocen unos pocos afortunados. Hay una fuerza oculta que mueve la información y, por lo tanto, el poder. No es el amor, ni el dinero, es, ni más ni menos, que el nivel satisfactorio de enfado. Salvo algunas excepciones, los humanos vivimos como borregos. Pensamos poco y consumimos mucho. Dentro de ese consumo, necesitamos encontrar algo de información que nos satisfaga. Somos vagos y no nos apetece que nos informe alguien que nos cae mal, que no nos da confianza o que no piensa como nosotros. Así que, dentro de ese perfil, elegimos comunicadores que nos cuenten, con más o menos interpretación, su versión de los hechos. En general, con una frase lúcida o un titular nos sirve para defendernos en cafés y cenas. Además de esto, necesitamos un pinchazo, un aguijonazo que nos deje molestos con algo. Los medios de comunicación lo saben y lo ejecutan a la perfección: nos dan la dosis de enfado que todos buscamos. Cuando uno llega a su nivel satisfactorio de enfado está servido y no necesita más. Tiene lo que buscaba y, probablemente, será fiel a su suministrador. Si el individuo sobrepasa su umbral cambiará de informador porque entrará en un estado de alteración y notable infelicidad. Por eso vemos tanto debate con víctima propiciatoria, tanta crítica entre empresas de comunicación y tanto “mira lo que dicen estos”. Es el momento de llegar a una conclusión: o nos salimos de la rueda o nos convertiremos en “repetidores” humanos de unos cuantos listillos que cortan el bacalao. Hago dos propuestas para terminar: vayan a informarse donde no piensan como usted. Les será muy útil y les abrirá la mente. Sean muy críticos con los que comparten sus ideas. Será incómodo, pero muy productivo.
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