Hay más miedos que el miedo a la muerte. Hay más males que la muerte y algunos son, aunque cueste creerlo, más graves. Dicen que el anuncio de los encapuchados de ETA es una victoria de la democracia. Puede ser. No hay que olvidar, sin embargo, que hay otras formas de verlo. Los encapuchados y sus amigos han echado cuentas y les ha salido bien la suma. Por eso han decidido un cambio de estrategia. No se está diciendo, pero, a partir de ahora, los protagonistas de la historia de la democracia en el País Vasco, no van a ser ni los terroristas ni las víctimas. Los que van a escribir la historia de esa tierra son sus ciudadanos. Muchos de ellos se han acostumbrado a vivir callados, en una tibieza asustada y huidiza, en un no querer mirar. Hoy, que el anuncio de ETA ya no es noticia de portada, es el momento de que esos vascos que han permanecido en silencio empiecen a significarse de una vez. Hay dos posibilidades: que la nueva situación los libere de presiones y acudan a las urnas a manifestar lo que de verdad quieren o que el miedo sordo e invisible, el tartazo cotidiano y la rutina los lleven a seguir con el más de lo mismo. La libertad no consiste solo en dejar de tener miedo a una bomba lapa o a una pistola en la nuca y poder prescindir de la escolta. Para poder ser libre, no solo se deben dar unas condiciones favorables, además hay que querer serlo, dar un paso adelante y ejercer este derecho como algo propio. La libertad está para usarla, no para tenerla escondida en casa de puertas adentro. Si esto ocurre de verdad, veremos qué es lo que quieren la mayoría de los vascos y puede que aún contemplemos desagradables coletazos de violencia. Es un asunto político, pero también es, por muchos motivos, un problema social y ciudadano. Siguen haciendo falta héroes en el País Vasco.
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