Hace unos días que en Madrid empiezan a preguntarse si no les hemos dado garrafón político del bueno. Algunos periodistas notan que el Secretario de Organización del PSOE no dice nada cuando habla. Están acostumbrados a que ese cargo esté ocupado por alguien que da titulares agresivos y buenos cortes de radio y televisión. Sin embargo, las intervenciones de nuestro pluriempleado Presidente son planas, aburridas y siguen, para mayor desgracia, el método que se usaba hace tiempo para que los niños aprendiesen el catecismo: repetir la pregunta a la que se contesta durante un eterno medio minuto. Después, viene la respuesta que suele ser lo más parecido a un pan sin sal político. Algún compañero de Madrid, sorprendido por la actitud de Iglesias y también por la de su entorno, me ha preguntado si esto es lo habitual y yo le he respondido que sí, que es, además, la mayor virtud política de Marcelino: flotar sin navegar, aparecer lo justo, dar algún plantón cuando no se sabe qué decir y callarse cuando las circunstancias o el jefe de prensa lo indican. «Está claro –se explicaba mi compañero- esa actitud funciona en la taifa o en el sistema feudalista de las Comunidades Autónomas, pero aquí en la capital, no creo que le sirva». En cualquier caso, los años, las urnas y la trayectoria avalan a nuestro Presidente y deben suponer para él un voto de confianza para los que miramos desde la barrera. Tal vez, Marcelino sea una alternativa válida al vocerío habitual de los mal llamados «número tres» en el PSOE. Sin embargo, algo no cuadra porque en política parece que sigue valiendo la sabia frase que le dijo un pastor de Andorra al aragonés Pizarro, según contaba éste en una entrevista hace unos días con Pedro Jota: «el rebaño necesita un pastor que lo guíe y un buen perro que muerda».
Publicada en Heraldo el 29-12-2010