Felipe González está sembrado. Cada vez que habla, brilla. La entrevista que podemos leer hoy en el diario Público no tiene desperdicio. Lo bueno que tiene Felipe es que habla como ciudadano y no como político. No le tiembla el pulso al advertir a Obama cuando dice que va a crear dos millones y medio de empleos. Felipe recuerda que en el año 82 prometió ochocientos mil empleos y, en lugar de crearlos, los destruyó. Ahora viene lo bueno… Dice Felipe: «desde entonces, me callé para siempre porque los empleos los dan los empleadores y no el Estado». Para que los empleadores den empleo el Estado tendrá que cuidar a los empleadores, me digo yo. Lo último que dice Felipe, con un tono de guerra de las galaxias, es también para enmarcar: «si no se refundan las instituciones internacionales, no se refundará el orden mundial». Ya lo ven… Cuando habla Felipe, los demás callamos.
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Los empleadores, que son los empresarios, se quejan de que el Estado los exprime a base de impuestos y de cotizaciones a un sistema de seguridad social gestionado ruinosamente y sin futuro.
En lugar de bajar la presion fiscal sobre las empresas, el Gobierno ayuda a los bancos. Y si éstos no conceden créditos a las empresas como está sucediento, no se consigue más que enriquecer a los bancos y sacarles las castañas que ellos han arrojado al fuego.
Zapatero toma medidas para convertir al Estado en empleador, cegado por su fe en el peso del Estado en la economía. Para cuando aprenda esta lección de Felipe ya será tarde y habrá otro millón de parados. Pero no importa, porque los sindicatos no le van a convocar huelgas, ni a llamarle fascista, ni a decir que gobierna para sus amigos. Y los medios tampoco van a atacarle, porque son de su cuerda.
Estamos jodidos.