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Siempre se van. Siempre llegan. Nunca están. Utilizan estribillos. Después del verano. Al volver del puente. En septiembre. Ya veremos. Lo pienso y te digo. Son las personas en tránsito, una especie que crece sin parar. Se creen importantes porque tienen alguna responsabilidad. Eso les supone no tener tiempo para nada. No puedes contar con ellos porque se están marchando. Miran al teléfono. Explican su agobio. Son un nuevo tipo de pobres: los pobres del tiempo. Practican una mendicidad invertida: justifican lo que no hacen como si pidieran limosna. No son capaces de tomar un café o de recibir en sus enormes despachos a un antiguo compañero del colegio. Han olvidado su pasado. Viven en el presente y se enfocan a un futuro que se supone que será mejor. No pueden parar. Son el conejo de Alicia. A veces, se les sigue porque tienen el atractivo del éxito aparente. Tienen algo de protagonistas de Matrix o de Buzz Lightyear. Creen que son la persona, pero son el personaje, solo son un reflejo de algo. Heráclito, Parménides, Platón, Hegel. Entre sus justificaciones está la excusa de un futuro para el que hay que prepararse. Pero no se dan cuenta de que ese futuro está ocurriendo ahora. Momo tenía la respuesta. Momo sabía escuchar. Ellos estuvieron siempre entre los humanos porque son los portadores de una enfermedad que se transmite de generación en generación: el vacío interior.

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