Ayer le dieron el premio Proyecto Hombre a la Solidaridad a Gervasio Sánchez y a mí me apetece hablar de la droga. Se habla poco, muy poco de la droga. En los debates sobre educación nunca se cita la droga. A veces, salen números, pero los números no asustan porque suenan lejanos. Lo que sí asusta son los programas como Callejeros en los que nos enseñan hasta los calzoncillos de un yonqui de la zona más deprimida de España. Sin embargo, esos lugares nos siguen resultando lejanos. Nosotros no vivimos ahí. Lo contemplamos desde lejos, tranquilos, sentados en nuestro sillón. Mientras tanto, todos lo sabemos, algo pasa por debajo de la mesa, un trasiego silencioso y constante del que nadie habla, pero que todos sabemos que está ahí. Después, llegan instituciones como el Proyecto Hombre a arreglar lo que una sociedad hipócrita ha destrozado.
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El día que hable yo de la droga, van a temblar los cimientos de algún castillo.
no es que quede lejos, es que ni existe. Ocurre como con muchas cosas, que sólo les ocurre a los parias. Nosotros nos creemos a salvo de todo y miramos siempre hacia el lado menos oscuro de la sociedad, y de la miseria.
La ley no debe entrar en lo que cada uno se mete en el cuerpo. Como dice la canción:
«Algunos fármacos
son ilegítimos
pero hay gran tráfico,
lo cual es lógico
porque los réditos,
son astronómicos.
Y hay muchas víctimas,
hay muchas cárceles.
Voces hipócritas
piden coléricas
medidas drásticas,
sillas eléctricas.
En las antípodas
todo es idéntico,
idéntico a lo autóctono».