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Es el momento de defender la democracia. No vamos a salir más fuertes, diga lo que diga la propaganda. Para empezar, somos menos y va a ser difícil contar a los que faltan. No saber o no poder contar las bajas no nos hace más fuertes. Nos debilita y nos quita credibilidad. La aparición del virus no es culpa de nadie. La gestión, sí. Protestar es legítimo. Protestar no es de pijos. La estética no es la ética, aunque nos lo quieran vender así. Basta ya de brochazos. La autocrítica es necesaria. El que no haga autocrítica en un momento como este ya no la hará nunca y la definición de su personalidad se resume en dos palabras: fanático e irresponsable. Nuestros políticos dedican más tiempo a justificar sus vidas pasadas y a permanecer en el poder que a gestionar. ¿Desde cuándo mentir tanto es gratis? ¿Desde cuándo la incoherencia vital no importa en política? Es el momento de defendernos de nosotros mismos. La trinchera no es un buen sitio desde el que observar. Se ve poco y se ve mal. Hay fuego cruzado. Todo se justifica. Necesitamos gente más preparada, más vocaciones de servicio político real. Si no saben ponerse de acuerdo en un momento como este, no son aptos para el cargo. Acción, reacción. Los extremos se tocan y la ley del péndulo se cumple. Se puede ser reactivo en la oposición, pero no cuando estás en el poder. Quizá no sea un problema de banderas, ni de ideologías. Quizá sólo sea una cuestión de humanidad y de categoría personal.

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