Primero de derecho. Trescientas personas en un aula inmensa y vertical. Clase de Derecho Romano. Una profesora dicta y todos copian. Llego un poco tarde y voy hacia el final del aula junto a Luis Vela. No sé por qué motivo, antes de sentarme, observo que en el suelo hay una lata vacía de Cocacola. Copio lo que escucho. Dentro de unos meses, trataré de escribir eso mismo en otro papel después de haberlo memorizado. Antes, tendré tiempo de dejar el boli sobre la mesa y observar el panorama. Me daré cuenta de que estoy en mitad de un trasatlántico de copistas, dictadores y algún librepensador. No copiaré nada y miraré a la profesora a la cara. Un día lo veré claro: soy un cabrón peligroso. Pero para ese momento todavía falta tiempo. Por ahora estoy copiando una lección que trata sobre los tipos de culpa. En Derecho Romano existen tres tipos de culpa: culpa leve, culpa levísima y culpa lata. Escucho esta última y me acuerdo de la cocacola que hay a unos centímetros de mi pie izquierdo. Sí, es una ocasión de oro, un pase de la muerte en una gran final. No voy a fallar. Así que le doy una pequeña patada a la lata que cae irremediablemente por los escalones haciendo un ruido más magnífico que un rector y que todos reconocen un instante después de que la dictadora haya dicho “culpa lata”. La risa colectiva es tan inevitable como mi expulsión. Un modo curioso de conocerse a uno mismo.