Estamos tristes, desanimados, desencantados. Se escucha en las tertulias radiofónicas, se lee en las columnas de los periódicos. Parece que no tengamos otra conversación que la de la crisis. “Qué mal está todo”, “esto no hay quién lo levante”, “con la que está cayendo”, “en estos tiempos”, “el contexto de crisis” y un sinfín de frases hechas. Estamos entrando -como le pasa a Atreyu, el protagonista de la historia interminable– en el pantano de la tristeza. No hay que dejar que la tristeza nos llene el corazón porque nos hundiremos. Es el momento del optimismo defensivo, de sacar el instinto de conservación de la especie si nos ponemos serios. No es cuestión de ser optimistas tontorrones, ni blanditos y babosos como unos hippies trasnochados. Simplemente, nos queda seguir adelante por el orgullo, por la honra, por los que nos quieren, por nuestra familia, nuestra tierra, nuestro país, nuestro Dios o por lo que sea. Los tiempos de crisis nos recuerdan que somos dueños de nuestra vida, que eso que hemos dado en llamar el sistema, en este caso, el Estado del bienestar en el cuarto de estar, no puede sustituir nunca algo fundamental: nuestra libertad. Quitemos el foco de otras personas a las que les está cayendo toda la culpa: Nosotros somos los protagonistas.
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