Cocaína

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Hola, soy la cocaína y no existo. No está bien visto hablar de mí y ustedes deben tomar ejemplo. No se habla de mí como no se habla del poder supremo, de la muerte o del mal. Mando. Corto cabezas, muevo hilos y dinero, imparto mi justicia, elijo, selecciono y formo mi propio club. Tengo sirvientes en sitios insospechados y vasallos que bailan al ritmo que yo les marco. Domino. Quien tiene el dominio tiene el poder. Sutilmente, me hago agradable y trato, poco a poco, de hacer que se me perciba con normalidad. Para eso tengo una serie de bufones bien distribuidos y aleccionados que me introducen de vez en cuando entre sus chistes. La gente se va riendo y eso me ayuda a entrar sigilosamente en las vidas de muchos incautos. A veces, genero efectos colaterales. La gente es débil y pierde los nervios con facilidad. Tengo un lenguaje propio y dejo al margen al que no está conmigo. Exijo fidelidad y dedicación. Exijo mucho porque es un trabajo duro y arriesgado llenar tanto vacío. Tengo bufones en el mundo del arte. Creen que por estar conmigo ya son artistas. Pobres ilusos. Imitan a otros que me tienen a mí, pero también tienen talento. Estos son mis mejores ayudantes porque hacen creer que yo les confiero el talento, pero el talento no tiene nada que ver conmigo. Así, que en realidad, me tienen solo a mí. Pobres. Trato de consolarles. Dicen que soy mala, pero no saben nada. Me muevo a gusto en la noche. Me verán en los servicios, donde mis siervos se arrodillan para adorarme, para recibirme como el aire fresco que se respira en la montaña. Me rezan, me cantan, me adoran, me aman. Tienen lenguajes y cientos de maneras de llamarme. Han desarrollado un instinto feroz para dejar a un lado a todo aquel que no me ame. Sin embargo, después, cuando se disfrazan de personas normales, tienen una forma curiosa y triste de esgrimir una falsa dignidad para ignorarme, para no reconocer a plena luz del día lo que son: mis siervos. Les perdono esa infidelidad. Sé que siempre canta un gallo. Sé que me niegan y sé que volverán. Sigan ignorándome. Créanme, yo no miento: no existo.

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