Un programa deportivo de éxito faltó hace unos días al respeto al futbolista del Real Madrid Álvaro Arbeloa. Es un buen programa, pionero en creatividad, presentado con frescura y sin rigidez de guión, capaz de hacer algo divertido con cuatro imágenes de un entrenamiento. Para unos es humo, para otros, un gran entretenimiento. Creo que no hay que sacar de contexto las cosas y que este programa valora el trabajo y el valor del jugador y que no quiso ofender cuando lo comparó con un cono de entrenamiento. Esta pequeña polémica puede servirnos para reflexionar sobre los modelos que buscamos en el deporte. En general, despreciamos el trabajo y el sacrificio y buscamos lo extraordinario para admirarlo desde nuestra mediocridad. Deportistas como Rafa Nadal, Leo Messi o Cristiano Ronaldo son casos que aparecen muy de vez en cuando. Es complicado que una persona corriente cuente con el talento natural y la carga genética que tienen estos deportistas que, por cierto, son también unos trabajadores infatigables. Arbeloa es otro asunto. Ha jugado con todos los entrenadores que ha tenido. Es un jugador que tiene muchas virtudes, pero que sabe que debe trabajar duro para mantenerse donde está. Digámoslo de otro modo: tiene muchas limitaciones, las conoce y se esfuerza por que su trabajo y su entrega hagan el resto. Conocerse bien es signo de sabiduría, temperamento y fuerza. El trabajo de este jugador es una lucha constante. Un esfuerzo de la voluntad y la inteligencia orientado a un objetivo. Conocer su debilidad lo hace fuerte. Yo, personalmente, me identifico más con Álvaro Arbeloa que con las citadas estrellas de turno. Nos hemos educado con películas de Supermán en las que el protagonista tiene un don y vemos cómo lo utiliza para triunfar una y otra vez. Hemos visto a Michael Jordán meter cuarenta puntos todos los partidos. Vemos a Messi y a Ronaldo semana tras semana superar sus registros. Pero nosotros, no nos engañemos, somos “Arbeloas”. Está claro que no nos van a dar el balón de oro de nuestro trabajo. La humildad es una cima que nunca se acaba de alcanzar. Los modelos que nos proponen nos llevan lejos de esa cima a pastar como borregos en la conformidad.
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